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Navidad en familia

El desasosiego que siempre acaba produciendo la radical desnaturalización de todo fenómeno social, consecuencia, en este caso, cuando hablamos de la Navidad, es producto del continuo vaciamiento de contenido religioso de una celebración inherentemente cristiana.

Y es que una Navidad pagana, agnóstica y aconfesional, es un santo sin pena, un equipo de fútbol sin entrenador, un candidato electoral sin coraje o, lo que viene a ser lo mismo, una tortilla sin huevos.

Parece que en nuestra forma de vivir en este siglo veintiuno ya no queda sitio para la tradición de la Navidad que, mientras tanto, para muchos se ha convertido en una cáscara, sin ninguna base religiosa, moral o filosófica.

Sin embargo, seguimos queriendo, quizá por inercia o por nostalgia, que sean unos días especiales, diferentes, fuera de la locura cotidiana. Seguimos llenando la casa de lucecitas, seguimos pensando qué ofrecer a los nuestros, y eso es bueno, a pesar de que a veces nos parezca una cursilería.

Nunca es cursi querer dar alegría a quienes nos rodean, aunque esta sociedad nos haga pensar así en ocasiones.

La alegría es contagiosa, más que un virus. ¿Por qué no animarse a ser agente del contagio, del cambio, y aprovechar la ocasión que nos brinda la Navidad?

Todo evoluciona, todo cambia. Todos tenemos derecho a entender la Navidad como mejor nos parezca y obrar en consecuencia, pero quiero romper una lanza por la posibilidad de considerar estos días que vienen como una ocasión de recuperar la alegría de dar y compartir, en lugar de verlo como una obligación molesta, una ocasión no solo de llenar nuestra casa de luces sino de llenarnos nosotros, de brillar y dar luz a nuestro alrededor para iluminar a quienes en estas fiestas están tristes o cansados o sin ganas de nada.

A pesar de todo esto, la Navidad tiene su gracia que en una sociedad como la que hemos desarrollado, tan egoísta, tan egocéntrica, donde la mayor preocupación de cada individuo es su propia comodidad, su propia salud, lo que cada uno desea o no desea, sin embargo aún nos preocupa, cuando llega la Navidad, darle una pequeña alegría a alguien que no sea uno mismo, que aún nos planteamos -aunque sea pesado, ir a buscarlo en internet y comprarlo- qué podemos regalarle a la gente que nos importa.

Lo primero que llama la atención cuando hablamos de la Navidad, es su permanencia a través de los siglos y lo recurrente de sus elementos y sus símbolos. La comida, el árbol, el nacimiento o los adornos son acontecimientos u objetos simbólicos comunes a todas las familias, que sirven para dar sentido a estas fiestas.

La Navidad perdura y se ha extendido por todo el mundo porque trasciende el aspecto comercial que tanto se critica. Desempeña un papel importante en el seno de la familia, para los individuos que la componen: para los niños, ya que marca la entrada en la cultura familiar, permite la construcción de las identidades dentro de la familia, la transmisión de mitos y valores a través de las generaciones...

En última instancia, cuando preguntamos a la gente qué es lo que valora más de la Navidad, siempre responde que el hecho de estar juntos. La Navidad sigue siendo la fiesta anual de la familia por excelencia, porque reúne a varias generaciones cuyos dos polos principales son los nietos y los abuelos. De hecho, cuando estos últimos pueden, son ellos los que reciben a la familia, que en definitiva, es la manera de "ocupar su lugar".

Recibamos esta Navidad en la paz de las familias, abrazados a nuestros seres queridos en la intima convicción que va a nacer una nueva Esperanza para todos.

Que el Niño Jesús nos cobije en sus manitos y colme de bendiciones a todo el pueblo Argentino.

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