La política, señores, es la administración de la vida cotidiana, y cuando la cabeza de esa administración se percibe acéfala o paralizada, las consecuencias recaen directamente sobre la sociedad. El primer gran impacto es la parálisis de la gestión diaria. Los ministerios son la caja de resonancia de las necesidades ciudadanas: salud, educación, seguridad, obra pública. En estas carteras, las decisiones importantes -la firma de convenios, la licitación de obras, la aprobación de partidas presupuestarias para insumos médicos o el cronograma de pagos a proveedores– quedan en un limbo administrativo.
Acefalía en los ministerios
La situación que vivimos en Jujuy, donde el gobernador Carlos Sadir ha convocado a la renuncia masiva de su gabinete y, al día de hoy, 11 de diciembre, no ha comunicado oficialmente si el proceso se ha cumplido ni quiénes serán los próximos ministros, va mucho más allá de una simple cuestión de organigramas burocráticos.
Si un ministro no está confirmado en su puesto, o si se percibe que su salida es inminente, su capacidad de decisión se reduce drásticamente. Esto genera un retraso sistémico que afecta directamente al ciudadano: obras que no avanzan, trámites que se detienen, o la falta de respuestas a demandas urgentes en hospitales o escuelas.
El segundo concepto clave es la erosión de la confianza institucional. La ciudadanía votó esperando un gobierno funcional y con capacidad de respuesta. Cuando un proceso tan sensible como la reestructuración del gabinete se maneja con secretismo, se refuerza la sensación de que el gobierno está más preocupado por sus internas políticas y la distribución de poder que por la gestión de los problemas reales. Esta falta de transparencia y celeridad mina la fe pública en la administración, dificultando incluso la futura tarea del nuevo gabinete, que nacerá ya con un déficit de credibilidad. Finalmente, la acefalía fomenta la incertidumbre económica. Los inversores, sean grandes o pequeños empresarios, necesitan reglas claras y funcionarios con plena autoridad para negociar y garantizar la continuidad de los proyectos.
Si los responsables de carteras económicas, de producción o de infraestructura están en el aire, se retrae la inversión, se detienen las decisiones de negocio y se dificulta la generación de empleo. la incertidumbre política siempre se traduce en riesgo económico, y en una provincia que necesita dinamismo, esta pausa puede resultar muy costosa. La sociedad de Jujuy no puede ni debe esperar; la estabilidad y la operatividad del gobierno son esenciales para enfrentar los desafíos que, como bien señalamos, son innumerables. El gobernador Sadir tiene la obligación de restaurar la plena funcionalidad de su gobierno y comunicarlo de inmediato para disipar las nubes de la desconfianza y la parálisis.
El problema de fondo en la indefinición del gabinete de Carlos Sadir, que hoy 11 de diciembre de 2025 mantiene a Jujuy en vilo, parece ser una tensión por la autonomía de la gestión. La sociedad, a través del voto en las elecciones de medio término, le envió un mensaje al actual gobernador para que gobierne con equipo propio y no con funcionarios que siguen dependiendo del exgobernador Gerardo Morales.
Este no es un simple detalle de lealtades políticas; es un conflicto central sobre la identidad y la dirección del gobierno. El gobernador Sadir no solo tiene el desafío de nombrar a su gente, sino de demarcar su propio territorio político dentro del mismo frente gobernante.
Si los funcionarios que deben renunciar o los posibles reemplazantes son percibidos por la opinión pública como "hombres de morales", la renovación, por más que se concrete, nacerá deslegitimada y será interpretada como un simple enroque de piezas orquestado desde las bambalinas del poder anterior. Esta situación coloca a Sadir en una posición extremadamente delicada: debe encontrar el equilibrio para desmantelar estructuras que puedan ser consideradas lealtades al poder anterior, pero al mismo tiempo, no puede permitirse generar una ruptura que ponga en riesgo la gobernabilidad interna de su propia coalición.
La demora de veinticuatro horas en anunciar la resolución de las renuncias y los nuevos nombramientos sugiere que la negociación de estos espacios es feroz. No es solo la capacidad técnica lo que está en juego, sino el peso político de cada nombre y la cuota de poder que cada sector está dispuesto a ceder. La sociedad jujeña le está pidiendo a Sadir que ejerza el liderazgo pleno, que se despegue de la figura de su predecesor no por una cuestión personal, sino por una necesidad de gestión. La inacción de hoy es vista como una debilidad para tomar decisiones difíciles, una postergación de la confrontación interna.
Para restaurar la confianza y cumplir con el mandato de las urnas, Sadir debe nombrar un gabinete que transmita la idea de gobierno propio y renovado, poniendo fin a la sensación de que es un administrador delegado. Solo así podrá transformar la derrota electoral de medio término en un verdadero relanzamiento de su gestión.
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