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Cinco poemas de Mary Shelley

La creadora de "Frankenstein", Mary Shelley, dejó escritos poemas que han permanecido hasta hoy prácticamente desconocidos para el público.

Los poemas de Mary Shelley (Londres, Reino Unido, 1797-1851) quedaron en gran parte inéditos en vida de la autora y han permanecido hasta hoy prácticamente desconocidos para el público.

No es raro en la historia literaria que el gran éxito de un autor en un género determinado ensombrezca el resto de su obra incluso a sus propios ojos. Pero la enorme calidad de la poesía de Mary Shelley hace necesario conocerla y sacarla a la luz como en muy pocos de esos casos. Dotada de esa extraordinaria intuición solo al alcance de los grandes talentos que antes de cumplir los veinte años la llevó a crear una obra maestra como Frankenstein, Mary Shelley vuelca su dolor, sus recuerdos y su profunda melancolía en unos poemas íntimos, palpitantes y obsesivos, nacidos al calor de una sensibilidad en carne viva, pero también de una mente enérgica e inconformista que desesperadamente busca asideros en el abismo de una existencia trágica..

Compartimos cinco de estos Poemas de Mary Shelley, publicados por Visor.

UN CANTO FÚNEBRE

Esta mañana, amor, tu galante navío

se lanzaba a la mar bajo un cielo radiante.

Pocas horas después, una negra tormenta

lo ha hecho naufragar.

¡Dolor! ¡Dolor! ¡Dolor!

En las profundidades,

acunan los espíritus

tu sueño ahora eterno.

Sobre la arena yaces, amor mío,

mientras baten las olas,

y las ninfas del mar

entonan un eterno canto fúnebre.

¡Venid! ¡Venid! ¡Venid!

¡Oh, espíritus marinos!

Junto a su lecho de algas,

velo su cuerpo a solas.

A lo lejos, amor,

y mar adentro, en las profundidades,

un lamento salvaje el eco arranca

en las grutas marinas.

¡Oíd! ¡Oíd! ¡Oíd!

Son ellos, los espíritus del mar,

que hacen oír su pena sin consuelo

y acompañan mi llanto interminable.

CUANDO YO ME HAYA IDO, ESTA ARPA QUE SUENA

Cuando yo me haya ido, esta arpa que suena

con las notas profundas de las viejas pasiones,

enmudecida y rota, colgando de una lápida,

quedará en mi sepulcro. Cuando al llegar la noche,

la brisa se haga dueña de su armazón en ruinas,

buscará en él la música de los tiempos pasados

y querrá que de nuevo su canción acompañe.

Pero en vano la brisa rozará con su soplo

las cuerdas oxidadas. Muda, igual que la forma

que yace bajo tierra, dormirá eternamente.

¡Oh, Memoria, bendito por siempre tu consuelo!

Viértelo junto a mí como si fuera el bálsamo

que conservan las rosas aun después de marchitas.

OLVIDARÉ TUS OJOS CARGADOS DE TERNURA

Olvidaré tus ojos cargados de ternura;

tu voz que me llenaba de dulces emociones;

tus promesas perdidas en este laberinto;

la presión turbadora de tu mano, tan suave,

y hasta lo más querido: el intercambio diario

de nuestros pensamientos, que tanto nos unía,

pues los dos corazones fundía en una mente

sin miedo ni esperanza más que en nosotros mismos.

Olvidaré las flores con las que me adornaba.

¿No son ya flores muertas las que ayer te ofrecí?

Olvidaré la cuenta de las horas del día.

Aunque sea de noche, tú no regresarás.

Pero, si he de olvidarme incluso de tu amor,

quiero cerrar los ojos, anegados de lágrimas

desde el amanecer, y buscar el reposo

para mi pensamiento que la tumba le brinda.

Quién fuera como aquella que, transformada en árbol,

ya no puede llorar ni seguir lamentándose,

o aquella solitaria que, temblando de frío,

siente que arde su pecho al volverse de piedra.

Quién pudiese beber el agua del Leteo,

que aniquila igualmente la tristeza y la dicha.

Aunque puede que ni ella, al cabo, me sirviese.

Esperanza, amor, tú, ¿cómo voy a olvidaros?

TRISTEMENTE ARRASTRADOS POR LAS OLAS

Tristemente arrastrados por las olas,

escucha los susurros de esas voces

que salen de las tumbas y me dicen:

«Mucho tiempo llevamos esperándote.

Corre ya sin demora a nuestra casa».

Y la voz del que es dueño de mi vida,

la voz que en cuanto oí empecé a adorar,

sin cesar me repite: «¡Ven conmigo!

Ya no puedes quedarte, oh, dulce novia mía,

sin tenerme a tu lado en nuestra casa.

Sombrío fue este mundo para ti

hasta que me escuchaste, como en éxtasis,

llamarte. ¡Ven conmigo! ¡Ven conmigo!

Alegremente, entonces, huimos juntos

y cruzamos el mar buscando nuestra casa.

Constancia y amor fueron, de ese modo,

nuestra única fiesta de boda y bienvenida.

¡Qué pronto se marcharon esos tiempos

y llegó el día del forzoso adiós!

El mar y la tormenta me trajeron

aquí, y tú tan lejos te quedaste…

Pero ven ya conmigo, pues la vida

es un sueño febril, querida Mary.

Cruza ya el turbio río que lleva hasta mi casa.

Ya nunca más las penas del amor

humano te pondrán de nuevo a prueba.

¿Por qué tardas? Ya nunca construirás

en el sereno bosque nuestra casa».

VEN A VERME EN MIS SUEÑOS, AMOR MÍO

Ven a verme en mis sueños, amor mío.

No habría para mí mayor regalo.

Ven, mi amor, con la luz de las estrellas

y acaricia mis ojos con tus besos.

Así fue, según fábulas antiguas,

cómo Amor visitó a una joven griega

hasta que ella rompió el sagrado hechizo

y vio desvanecida su esperanza.

El dulce sueño velará mi vista;

la lámpara de Psique se hará sombra

cuando, entre las visiones de la noche,

vengas a renovar así tus votos.

Ven a verme en mis sueños, amor mío.

No habría para mí mayor regalo.

Ven, mi amor, con la luz de las estrellas

y acaricia mis ojos con tus besos.

FUENTE: Zenda libros.

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