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La relación entre el periodismo y el poder: Un conflicto necesario

La relación entre el periodismo y el poder es por definición una relación conflictiva. Resulta saludable que así sea, porque los medios y los políticos tenemos funciones y roles diferente. Compartimos el interés común de que funcione el proceso democrático y somos corresponsables de la calidad del debate público, pero no somos socios incondicionales.

Los políticos tienen que tomar decisiones que respondan a las necesidades y aspiraciones de sus electores. La prensa debe informar al público sobre esas decisiones, cómo fueron tomadas, y sobre todo descubrir los intereses que están detrás. Es esta labor de vigilancia y transparencia la que garantiza que las decisiones políticas sean tomadas con responsabilidad y en el mejor interés de la sociedad.

Jujuy cuenta con una larga tradición de un periodismo independiente y crítico, que denuncia e investiga la corrupción pública, las violaciones a los derechos humanos y la impunidad. Esta tradición es una piedra angular de nuestra democracia, asegurando que los poderosos sean siempre responsables ante el pueblo. En este contexto, la prensa no solo informa, sino que también actúa como un catalizador para el cambio y la justicia.

La prensa debe fiscalizar al poder público y servir como un contrapeso del poder, pero necesita que funcionen adecuadamente la democracia, los congresos, la justicia y los partidos políticos. Porque sin estado de derecho y sin democracia, la existencia de la prensa libre está amenazada por la arbitrariedad de un poder sin límites. Un poder sin control puede fácilmente convertirse en una fuerza opresiva, sofocando cualquier voz disidente y erosionando las libertades fundamentales.

La función del periodismo es crucial para mantener el equilibrio en el ejercicio del poder. Los medios de comunicación, al actuar como guardianes de la verdad, aseguran que las acciones de los líderes sean escrutadas y que cualquier abuso de poder sea expuesto. Sin esta vigilancia, la corrupción y la injusticia pueden proliferar sin obstáculos.

Por lo tanto, es esencial que tanto los periodistas como los políticos entiendan y respeten la naturaleza conflictiva de su relación. Este conflicto no debe ser visto como una barrera, sino como una dinámica necesaria que fortalece la democracia. La tensión entre el periodismo y el poder es una manifestación de un sistema saludable en el que se fomenta la rendición de cuentas y se protege el bienestar público.

En Argentina y en Jujuy, las instituciones democráticas están viviendo tiempos de crisis. Ante el desprestigio de los partidos políticos y los poderes del estado, el rol de los medios de comunicación se ha visto magnificado en los últimos años. Esta situación ha llevado a un cambio significativo en el escenario político, donde los medios han asumido un papel protagonista en la configuración de la esfera pública y en la determinación de la agenda política.

El debate sobre esta relación está atrapado en un clima de polarización. De una parte, los líderes políticos tienden a atribuir el descrédito del sistema político a lo que llaman "la prensa"; por la otra, los comunicadores señalan que el desprestigio de las instituciones es más bien el resultado de la incapacidad de los políticos para darle respuesta al grave problema de la exclusión social. Este conflicto refleja una lucha por el control de la narrativa y la influencia sobre la opinión pública, exacerbando la ya existente desconfianza en las instituciones democráticas.

El parlamento ya no es el espacio político por excelencia; ahora ha sido sustituido por un concepto más amplio de la esfera pública, en el que los medios juegan un papel de primer orden, compitiendo por la determinación de la agenda pública. Las funciones de representación política que antes ejercían de forma exclusiva los partidos, ahora son compartidas por los medios. Las funciones de innovación y elaboración de propuestas que antes monopolizaban los partidos, en muchos casos se encuentran ahora en los centros de investigación, fundaciones, ONG, que trabajan de forma estrecha con los medios. Este desplazamiento ha transformado la dinámica política, creando nuevas formas de participación y representación que desafían las estructuras tradicionales.

Pero, además, en la última década se ha producido un nuevo fenómeno político con la llegada al poder de una corriente de liderazgos populistas, de izquierda y derecha, que proponen un proyecto de “refundación nacional”. La predominancia del hombre fuerte, el líder que establece una relación directa con las masas, sin ninguna clase de intermediarios ni contrapeso en la sociedad. En consecuencia, después de conquistar el poder, los nuevos populismos identifican a los medios de comunicación independientes como “el enemigo” a derrotar, para consolidar el poder. Esta confrontación directa con la prensa independiente pone en riesgo no solo la libertad de expresión, sino también el propio funcionamiento de la democracia.

En este contexto, el papel de los medios de comunicación se vuelve aún más crítico. No solo deben informar y fiscalizar, sino también resistir la presión de ser cooptados o silenciados por aquellos en el poder. La independencia de los medios es esencial para preservar una esfera pública donde se puedan debatir libremente las ideas y donde los ciudadanos puedan formarse una opinión informada.

La magnificación del rol de los medios en tiempos de crisis democrática exige un periodismo comprometido con la verdad y con los principios democráticos. Los comunicadores deben asumir con responsabilidad su papel como defensores de la transparencia y la rendición de cuentas, conscientes de que su trabajo puede ser la última línea de defensa contra la arbitrariedad y el autoritarismo.

Bajo el pretexto de que luchan contra la “dictadura mediática”, estos gobiernos han organizado una estrategia sistemática de acoso e intimidación en contra de los medios independientes y periodistas. Este fenómeno está produciendo un cambio fundamental en la relación entre la prensa y el poder. La tradicional relación conflictiva, en la que los medios fiscalizan al poder y el poder trata de influir en los medios, se ha transformado en una confrontación abierta y peligrosa.

En una democracia sana, el conflicto entre la prensa y el poder es no solo inevitable, sino también necesario. Los medios de comunicación tienen la responsabilidad de fiscalizar las acciones del gobierno, investigando y exponiendo posibles abusos y corrupciones. Al mismo tiempo, es comprensible que aquellos en el poder intenten influir en la narrativa pública para favorecer sus agendas políticas. Esta dinámica crea una tensión productiva que puede resultar en una mayor transparencia y responsabilidad. Sin embargo, cuando el poder identifica a los periodistas no como adversarios en una democracia, sino como enemigos, entonces entramos en un estado de guerra.

Esta “guerra mediática” es profundamente destructiva. En lugar de un debate vigoroso y saludable, el objetivo se convierte en combatir sin cuartel al “enemigo”, hasta eliminarlo en el campo de batalla. Esta mentalidad beligerante erosiona los cimientos mismos de la democracia, donde la libertad de expresión y el derecho a la información son esenciales. Los periodistas, que deberían ser vistos como guardianes de la verdad, son demonizados y perseguidos, creando un clima de miedo e incertidumbre.

Esos son los nuevos tiempos y los nuevos riesgos. La estrategia de acoso e intimidación no solo silencia voces críticas, sino que también desinforma al público, creando un entorno en el que la propaganda puede florecer. La manipulación de la información y la censura se vuelven herramientas de control, alejando a la sociedad de la verdad y de un debate democrático genuino.

Para los medios de comunicación y los periodistas, esta situación plantea un desafío existencial. La resistencia frente a estas tácticas de intimidación requiere valentía, ética profesional y un compromiso inquebrantable con los principios del periodismo independiente. Es crucial que los medios se mantengan firmes en su labor de informar con veracidad y objetividad, a pesar de las amenazas y presiones.

Además, la sociedad civil debe reconocer y apoyar la importancia de una prensa libre. La defensa de los medios de comunicación independientes no es solo tarea de los periodistas, sino de todos aquellos que valoran la democracia y los derechos humanos. La solidaridad y el apoyo público pueden ofrecer una capa de protección contra los intentos de silenciar a la prensa.

Hay nuevas formas de coacción e intimidación que utilizan los gobiernos para controlar a la prensa. Estas estrategias consisten en presionar a los medios a través de amenazas, agresiones y mecanismos legales y económicos, fomentando así la autocensura. En este escenario, el desafío de los periodistas para fiscalizar al poder resulta mucho más complejo y riesgoso que antes. El reto siempre será hacer buen periodismo, pero ahora en condiciones mucho más adversas: producir información confiable, a pesar del secretismo oficial; salvar la credibilidad de la prensa ante el público, en medio de las peores condiciones de polarización política.

Ante estas nuevas amenazas contra la libertad de expresión, solamente un periodismo ético, creativo y profesional puede cumplir adecuadamente con su función crítica ante el poder. Pero esto requiere al menos tres condiciones fundamentales. Primero, no ceder ante la intimidación ni caer en la autocensura. Esta es una responsabilidad tanto de los periodistas como de los empresarios, quienes deben garantizar la independencia económica y financiera de la prensa. La independencia económica es crucial para resistir las presiones externas y mantener la integridad editorial.

Segundo, la prensa debe ampliar su enfoque de fiscalización, abarcando no solo a los poderes públicos sino también a los poderes privados. Esto es vital para consolidar su independencia y credibilidad ante las audiencias. Los poderes privados, con su influencia económica y política, pueden ser tan opacos y abusivos como los poderes públicos, y la prensa tiene el deber de ponerlos bajo el mismo escrutinio riguroso.

Tercero, y quizás lo más importante, los medios de comunicación deben consolidarse como actores democráticos. Esto empieza por su fuero interno, estableciendo normas de respeto a la autonomía profesional de los periodistas. Además, deben practicar un periodismo cívico que promueva el pluralismo y el debate público, sin convertirse en una plataforma partidaria. Los medios deben ser espacios donde se escuchen diversas voces y se discutan múltiples perspectivas, enriqueciendo así la vida democrática.

Y aquí regresamos al inicio de mis reflexiones sobre la relación inseparable que existe entre el periodismo crítico y la democracia. Los medios y las instituciones democráticas nos necesitamos mutuamente. Ante la tentación que a veces padecemos los periodistas de suplantar el rol de los partidos políticos y las otras instituciones en crisis, tenemos que recordar todos los días que los periodistas no somos jueces, ni detectives, ni policías, ni contralores. Nuestra misión no es sustituir a las otras instituciones democráticas, ni a los partidos políticos, sino hacer que funcionen y que rindan cuentas ante la sociedad.

Nuestra misión es la misma de siempre: investigar lo que otros ocultan, contar historias y vivir el periodismo bajo la inspiración de los grandes maestros de la profesión, con una mezcla de pasión por el oficio e indignación ante los abusos de poder. Solo así podremos mantener viva la esencia del periodismo, que es ser la voz de los sin voz, la luz en la oscuridad y el guardián de la verdad en tiempos de incertidumbre. La libertad de prensa no es solo un derecho, sino una responsabilidad que todos debemos proteger y valorar en la construcción de una sociedad más justa y democrática.

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