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El PJ frente a su mayor crisis en cuatro décadas

El PJ acaba de retroceder 41 años. Tras sufrir su primera derrota en una elección presidencial sin proscripciones, el Partido Justicialista vive sus horas más oscuras desde 1983.

El escándalo que envuelve al último presidente peronista, acusado de violencia física y psicológica por su expareja Fabiola Yañez, ha caído como una tonelada de escombros sobre un cuerpo endeble parado en arenas movedizas. Esta es la imagen que se proyecta desde el interior de un espacio político sumido en la confusión.

El impacto social y político de las denuncias es proporcional a la magnitud de la degradación personal, política e institucional que expone el caso. Para muchos, el problema radica en que nadie sabe dónde está el fondo o, para seguir con la analogía histórica, cuándo se apagarán las llamas del cajón incendiado. Un consultor político, al que un amplio espectro de dirigentes del movimiento suelen recurrir en situaciones de crisis, advierte: "Esto va a ser un goteo que puede durar mucho tiempo y no sabemos a quiénes más va a salpicar". Los temores a nuevas revelaciones escandalosas mantienen en vilo a la dirigencia perokirchnerista.

Lo que comenzó con el caso de los seguros, que involucraba a la secretaria de Alberto Fernández y ya había manchado a varios exfuncionarios, ha derivado en algo mucho más sórdido: la violencia de género que se habría ejercido en la residencia presidencial sin que nadie interviniera. Ahora, la gran pregunta es qué más puede salir a la luz de esos teléfonos en manos de la Justicia, o de los testimonios de quienes sean citados. Por lo pronto, las versiones que circulan ya son demasiado preocupantes.

En medio de este estado de conmoción, el mensaje que publicó Cristina Kirchner en redes sociales cuatro días después de las primeras revelaciones no hizo más que profundizar la crisis. En su posteo, la exvicepresidenta criticó a Fernández, se victimizó y acusó a los medios de comunicación que sacaron a la luz los hechos. Sin embargo, esta estrategia no cayó bien fuera del núcleo duro kirchnerista y reforzó los cuestionamientos hacia su liderazgo.

Para muchos, el posteo de Cristina Kirchner actuó como un obstáculo para otras expresiones que podrían haber sido más empáticas con el humor social. Fue visto, además, como una nueva manifestación de su tendencia a la autorreferencialidad, así como una reafirmación de su indisposición para cualquier esbozo de autocrítica. Esta actitud complica cualquier intento de reconstrucción y de reconciliación con un amplio sector de la sociedad que, en las últimas dos elecciones, se resistió a renovarle el crédito al peronismo en el plano nacional.

"Cristina no puede seguir sin hacerse cargo de que ella fue quien hizo presidente a Alberto y de no haber logrado que su Gobierno funcionara de otra manera, para evitar el fracaso", comenta un analista político, reflejando un sentimiento cada vez más extendido incluso entre los propios simpatizantes del movimiento.

Si el escándalo de Alberto Fernández resalta lo peor de una etapa que la sociedad desea dejar atrás, Cristina Kirchner sigue proyectándose como una sombra que impide ver alguna luz al final del túnel. Así lo expresa un dirigente del interior que, aunque conserva poder territorial, observa con preocupación el futuro del movimiento.

La comparación con el proceso crítico que siguió a la derrota de 1983 se suma a otro símil igualmente sombrío: el destino del radicalismo tras la caída del gobierno de Fernando de la Rúa en 2001. Varios analistas políticos y dirigentes ven similitudes inquietantes entre ambos casos. Hoy, el radicalismo se asemeja a una confederación de partidos provinciales, sin liderazgo ni identidad nacional, incapaz de intentar una vuelta al poder sin asociarse en minoría a nuevas expresiones políticas. Para algunos, el peronismo podría estar encaminado a un destino similar.

La primera consecuencia práctica del escándalo Fernández-Yáñez en el plano partidario fue el eclipse que ensombreció el intento del gobernador bonaerense Axel Kicillof de construir una oferta nacional y reorganizar la estructura peronista. Su reaparición pública, al lado del gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, en la presentación de una nueva constitución provincial que no podría estar más en las antípodas del clima de época, no fue la más feliz tras el estallido del escándalo.

Pero eso no fue todo. Que en la primera fila del encuentro en La Rioja estuviera el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, procesado por abuso sexual, se pareció demasiado a otro gesto de disociación con la realidad que excede lo político y toca fibras profundas del sentir social. Es una ratificación del “estado de shock” que Kicillof admitió padecer el día anterior. Y se notó demasiado.

El peronismo, ante esta crisis, tiene que comenzar a explorar algo nuevo y mucho más amplio que lo que ha sido hasta ahora. "Lo que hay está muy desgastado y ya no alcanza", confiesa un dirigente que observa con escepticismo el futuro del movimiento.

Muchos empiezan a mirar con interés hacia algún polo opuesto en busca de una salida, aunque sin encontrar aún una diagonal que los una.

Uno de esos polos es el cordobesismo de Juan Schiaretti, quien se presenta como una opción distinta dentro del espectro peronista.

Por otro lado, hay dirigentes que van más allá de la reconstrucción partidaria y miran hacia un armado provisional que podría tener consecuencias en el corto plazo y convertirse en una señal de alarma para el Gobierno. "Hay que hacer lo que no se hizo hasta ahora en dos planos: revisar todo lo que se hizo mal y asumirlo para empezar a diseñar una estrategia a futuro. Al mismo tiempo, hay que hacer acuerdos puntuales para ponerle límites a Milei, especialmente en los proyectos que van a agravar la situación social y le dan vía libre para hacer lo que quiere", comenta un estratega político.

El escándalo de las denunciadas agresiones de Fernández a su expareja ha provocado, además, otras alteraciones en el mapa político. La explotación que ha hecho el Gobierno de la situación ha revivido el instinto de supervivencia del peronismo. Ya son varios los que invocan el mito de la resistencia peronista para evitar la dispersión y sostener una mística en fuga. Dentro de este grupo se inscriben el kirchnerismo más duro y el camporismo residual, lo que podría acelerar el proceso de reconfiguración interna.

Este escenario plantea un nuevo dilema para Axel Kicillof, quien no muestra ninguna inclinación hacia una ruptura con Cristina Kirchner y sus seguidores, pero teme quedar atrapado en un espacio en decadencia que podría asfixiar sus ambiciones políticas.

En ese plano, cobra sentido la versión que circula desde el radicalismo sobre la existencia de acuerdos tácitos entre el oficialismo y el kirchnerismo para capear tormentas. La sesión de Diputados del miércoles pasado se cayó porque lo forzó el oficialismo, con la anuencia K. Unos no querían que se hablara del escándalo de los diputados que visitaron a condenados por delitos de lesa humanidad, y los otros preferían evitar que se discutiera el caso de Alberto y Fabiola.

Este escenario también ha potenciado el impacto del escándalo albertista en beneficio del gobierno de Milei. El oficialismo se siente estimulado por la prolongación del crédito social que ha recibido gracias a la reposición de un paisaje sórdido de la dirigencia política opositora. El renovado hostigamiento y demonización de periodistas críticos, o que simplemente practican la neutralidad, es una de las manifestaciones más elocuentes de esta nueva ofensiva oficialista, llevada a cabo en el universo digital (pero no solo) por el ejército de propagadores libertarios y el aparato de comunicación paraestatal.

Lo más alarmante es que esta ofensiva suele ser amplificada en las redes por la cuenta personal del propio jefe del Estado, quien apuesta por estimular a su base y acallar voces críticas que exponen fallas en el andamiaje libertario.

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