Política | Pachamama |

La pachamama y la cosmovisión andina, un vínculo sagrado con el paisaje y la naturaleza

Para comprender lo verdaderamente fundamental de una cultura es imprescindible captar la estructura básica de su pensamiento. Si la entendemos desde el paisaje, este nos revela la manera en que una cultura vive, se organiza y se relaciona con la naturaleza.

Para comprender lo verdaderamente fundamental de una cultura es imprescindible captar la estructura básica de su pensamiento. Si la entendemos desde el paisaje, este nos revela la manera en que una cultura vive, se organiza y se relaciona con la naturaleza. El paisaje no es solo un telón de fondo inerte; es una entidad viva que palpita al compás de la historia y las creencias de quienes la habitan. La Pachamama, con su generosidad inagotable y su manto de vida, es mucho más que una simple observadora: es la madre amorosa que nutre y sustenta, cuyas formas y colores nos hablan en un lenguaje de belleza y misterio.

El paisaje cultural está vinculado al sistema de creencias, al símbolo, al mito y al rito, que son, a su vez, el nexo o puente entre una realidad sensible, cognoscible, y el misterio y la maravilla que encontramos en los diferentes órdenes y niveles de la naturaleza. El modo de vinculación con el paisaje es también una respuesta cultural.

Hay una gran diferencia entre apreciarlo desde un lugar de espectador, sin una real conexión, o entenderse y verse como un componente más del mismo. El primer modo está representado por nuestra cultura occidental, la cual parte de un cerebro racional que ve la realidad de acuerdo a sus preconceptos de la naturaleza y entonces hace que el paisaje se convierta en un gran campo de recursos potenciales que pueden utilizarse en base a un plan o diseño preestablecido, totalmente ajeno a él.

Esta filosofía utilitarista y nada sagrada en relación a la naturaleza explica claramente la causa del acelerado deterioro de nuestro paisaje. En contraste, el segundo modo está representado por las culturas ancestrales.

Para las comunidades andinas, la Pachamama es mucho más que la tierra bajo nuestros pies; es el latido profundo y constante de la vida misma. La Cosmovisión Andina considera que la naturaleza, el hombre y la Pachamama son un todo cuyos componentes viven relacionados perpetuamente. Esa totalidad vista en la naturaleza es, para la Cultura Andina, un ser vivo.

En este gran abrazo cósmico, cada elemento tiene su alma, su 'ánimo', que se entrelaza con el del resto, formando una danza eterna de existencia y convivencia. El hombre tiene un alma, una fuerza de vida, y también la tienen todas las plantas, animales y montañas; siendo que el hombre es la naturaleza misma, no domina ni pretende dominar. Convive y existe en la naturaleza, como un momento de ella.

Es fundamental mostrar, evidenciar y subrayar la manera en que los habitantes de estas comunidades se vinculan con el paisaje, una conexión que difiere profundamente de la visión profana característica de nuestra cultura occidental.

El paisaje cultural está íntimamente ligado al sistema de creencias de estas comunidades. Para el hombre andino, el universo es un vasto tejido de relaciones donde cada ser y objeto visible del macrocosmos participa de una armonía cósmica. Desde esta cosmovisión se han desarrollado sus códigos de vida y normas de conducta, en estricta relación con la naturaleza, sus semejantes y las deidades naturales.

Las malas acciones no solo afectan a los individuos, sino que son vistas como daños a la naturaleza y a los dioses, rompiendo así el equilibrio y la armonía del ecosistema.

En la visión andina, las fuerzas divinas, encarnadas en la Pachamama y otros elementos sagrados, son las guardianas y organizadoras de la vida en la tierra. Cuando un elemento del entorno es dañado, no solo se ve afectado el equilibrio ecológico, sino también la armonía espiritual del mundo. Esta profunda interconexión es lo que dota de sacralidad a cada acto, a cada ritual, reforzando la idea de que vivir en comunión con la naturaleza es tanto un deber como un privilegio.

Existe una comunión y una unión con lo sagrado que les permite comprender el milagro de la vida en todas sus formas, desde el crecimiento de las plantas hasta la presencia vital del agua en los ríos. Esta concepción ética revela cómo esta cultura se relaciona con su medio ambiente, experimentando la unión del cielo y la tierra como un paisaje rico en sentido espiritual.

En el corazón de la Cosmovisión Andina, se encuentra el concepto de la Reciprocidad: un principio ético y espiritual que establece la necesidad de devolver en igual medida lo que se ha recibido o recibir como devolución lo que se ha dado. Este principio no es solo un acto de intercambio material, sino una práctica de respeto mutuo. En el pensamiento mágico-religioso de estas comunidades, la naturaleza es vista como un conjunto de deidades vivas, conocidas como Apus, en quechua, que incluyen cerros, nevados, bosques, ríos, cuevas y lagunas.

Cada elemento natural es venerado y respetado, no solo como una entidad física sino como una fuerza espiritual que sostiene la vida. A estos Apus se les rinden tributos y se les ofrecen pagos, expresando así el reconocimiento y la gratitud por los dones recibidos. La práctica de la reciprocidad es un acto de reconocimiento y conexión profunda con la Pachamama, quien no solo nutre y sostiene la vida, sino que también se convierte en la matriz de un sistema de valores y creencias que fomenta la armonía y el respeto hacia todo lo que existe.

La reciprocidad es el fundamento principal para el carácter colectivo y comunitario de las sociedades indígenas. Este principio no solo colectiviza los contactos humanos, sino que también propicia la redistribución de los bienes, evita la acumulación de valores en pocas manos, provee recursos a quien lo necesita y crea justicia al incentivar actitudes como devolver por igual lo que se ha recibido o recibir como devolución lo que se ha dado.

Este concepto de reciprocidad se extiende también al entorno sagrado, manifestándose en ritos y ceremonias en agradecimiento a las fuerzas mayores y a los seres divinos. La relación recíproca con los Apu, a través de la entrega de sus energías a cambio de ofrendas, asegura el incremento y abundancia de sus animales, pues en su cosmovisión, son las montañas las verdaderas dueñas de los animales domésticos y salvajes. De la misma manera, al sembrar la tierra, se pide permiso y se ruega a la Pachamama que otorgue granos y alimentos vegetales en abundancia.

La Pachamama, como madre generosa y protectora, es invocada con respeto y veneración, ya que es ella quien, con su abrazo fértil, nutre y sostiene todas las formas de vida. Este acto de pedir permiso a la tierra antes de sembrar refleja una profunda humildad y reconocimiento de la interdependencia de todas las cosas, una danza eterna de dar y recibir que mantiene el equilibrio y la armonía del universo.

Esto es otorgado solamente si las ofrendas han sido de entera satisfacción para las deidades. Los andinos profesaban una religión natural auténtica, basada en la realidad y en su vivencia permanente con el mundo telúrico y cósmico. Adoraban a varios dioses, entre ellos al creador de todas las cosas, llamado Pachaqamak, según las circunstancias y necesidades que se les presentaban. Rendían culto al Sol, por los beneficios que recibían como pastores y agricultores, a la Luna, y —con mayor énfasis— a la Pachamama, considerada la madre tierra que los cobijaba.

En su conciencia mítica, que reafirman la sacralidad del cosmos y del mundo, también divinizaban fenómenos naturales como la lluvia, el viento, el granizo, la nevada, las montañas, los lagos y los ríos. Para la consumación de sus creencias religiosas y el cumplimiento de sus rituales, las comunidades andinas tributaban culto a sus divinidades interpretando un sistema egocéntrico que considera a la tierra como el centro del universo y al Sol girando alrededor de ella.

La mayor veneración al astro rey se debía a los innumerables beneficios que este representaba, como la luz, el calor y la posibilidad de vida para todos los seres. En esta cosmovisión, la Pachamama ocupa un lugar central y primordial, ya que ella no solo es la fuente de sustento material, sino también el núcleo espiritual y emocional del mundo andino. A través de la veneración y el respeto por la tierra, el Sol y las demás fuerzas naturales, los pueblos andinos expresan una profunda gratitud y un compromiso con el equilibrio y la armonía universal.

Temas

Dejá tu comentario