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Secretos del Éxodo Jujeño, una de las mayores gestas de la historia argentina

Al cumplirse un nuevo aniversario de este episodio clave de la lucha independentista, JujuyalMomento repasa algunos de los hechos menos conocidos de la gran pueblada contra el ejército español.

El 20 de Junio de 1811 tuvo lugar la Batalla de Huaqui, en la actual República de Bolivia, en la ribera sur del lago Titicaca, a escasos kilómetros de la frontera con Perú. En ella, el ejército realista, al mando del Gral. José Manuel de Goyeneche, batió contundentemente a las armas patrias comandadas por el Gral. Antonio González Balcarce y el vocal -representante de la Junta, Dr. Juan José Castelli.

Producto de ello, el Ejército del Norte se descalabró, y sus restos retrocedieron en desorden, harapos y casi desarmado, hacia el actual territorio argentino. Llamó la atención a los patriotas que los realistas no los persiguieran para acabarlos.

La razón por la cual el ejército realista, triunfante en Huaqui, no había bajado aún por la Quebrada de Humahuaca a dar cuenta de los restos del Ejército del Norte fue que tenía que vérselas primero con los patriotas altoperuanos, que se mantenían fieles a la revolución, en la provincia de Cochabamba.

Cochabamba consiguió distraer por más de un año a Goyeneche; lo que le permitió al nuevo jefe del Ejército del Norte, Gral. Manuel Belgrano reorganizarse. Sin el accionar insurgente de Cochabamba, las epopeyas del Éxodo Jujeño y las Batallas de Tucumán y de Salta no hubieran sido posibles.

Belgrano mejoró las relaciones con los cochabambinos, tirantes con su primo Castelli. Los más destacados patriotas de Cochabamba le escribieron, para ponerse a sus órdenes. El general informó, entonces, al Gobierno que ante este despliegue patriótico de Cochabamba, él no se iba quedar de brazos cruzados. Dispuso adelantar al escuálido Ejército del Norte, acampado en la localidad salteña de Campo Santo, para respaldar a los revolucionarios altoperuanos.

En los días siguientes, el ejército avanzó hasta Jujuy para distraer a Goyeneche; así éste dividiera sus fuerzas. De este modo, Belgrano procuraba aliviar el cerco sobre Cochabamba.

Conmovido, el general remitió a Buenos Aires: "Un cañoncito, dos granadas de mano y una bala de los arcabuces que usa el ejército de Cochabamba, a falta de fusiles: todo esto prueba el ardor de aquellos patriotas: si las demás provincias hicieran otro tanto, muy pronto se acabarían los enemigos interiores, y temblarían los que nos acechan".

Eran muestras del rudimentario armamento de los patriotas altoperuanos; para que en la capital supieran del fervor y la decisión de los cochabambinos. Los arcabuces eran armas obsoletas y anacrónicas para la época. Sin embargo, los revolucionarios los seguían utilizando, a falta de mejores armas de fuego. El cañoncito que remitía permitía únicamente usarse en el hombro de los soldados.

El 3 de junio de 1812, desde Jujuy, Belgrano se dirigió a su amigo, Bernardino Rivadavia, que integraba el Gobierno. Le pidió urgentes refuerzos, aunque entendía que las fuerzas disponibles en la capital debían contener la amenaza de los portugueses, que invadieron la Banda Oriental. Pues, de triunfar estos, tomarían Buenos Aires, y se terminaría toda la revolución. Se quejaba de las mentiras de los realistas: "observe lo que ejecuta Goyeneche; aparenta con sus contestaciones, de que V. se halla impuesto, de que desea la paz, para entretenernos, y mientras, cargar sobre los infelices indefensos, matar hasta inocentes, quemar los pueblos e ir a destruir Cochabamba, si le es dable, alucinando además a los naturales que pronto se abrazarán con nosotros, que ya le pedimos la paz". La propaganda de Goyeneche era implacable, a fin de demoler la resistencia revolucionaria. Buscaba ganar tiempo con Belgrano, mientras aniquilaba a los cochabambinos. Engañaba a los indios, diciéndoles que todo ya estaba arreglado con Belgrano y que no valía la pena luchar por una causa perdida.

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Pedía algunos oficiales que lo habían acompañado en su campaña al Paraguay, pero que no le mandaran jefes mal dispuestos, pues "tengo a montones de lo más inútil, y de lo más malo que V. pueda pensar".

El 30 de junio de 1812 llegaron versiones que Cochabamba había sucumbido ante el feroz ataque de Goyeneche. Entonces Belgrano comisionó a la capital al mayor Manuel Dorrego para que describiera en persona el estado de las cosas en el Norte. En el curso de los días, se confirmó lo que era un secreto a voces: Cochabamba había caído bajo las bayonetas enemigas; y el ejército real, ya desocupado, acometería ahora contra Belgrano, en Jujuy.

Belgrano escribió a Rivadavia esperando que las tratativas con los portugueses estuvieran bien encaminadas. Auguraba que la amenaza oriental se despejara pronto, "para que se contraiga nuestra atención al Tirano infernal del Perú, que sin fuerzas no lo podemos arrojar, y cada día ha de aumentar las suyas... Dorrego hablará a V. de nuestras necesidades, y le hablará con conocimiento: no hay que detenerlo mucho; pues me hace falta y es muy interesante en este Ejército". Pedía que le mandaran al teniente de artillería Juan Santa María, que luego destacó en la Batalla de Tucumán.

La implacable proclama: arranca el Exodo Jujeño

Sin más alternativa, luego de muchas dudas, sabiendo que todo el aparato realista se le venía encima, el 29 de julio de 1812, Belgrano emitió su famosa proclama, donde aplicaba, con la mayor severidad, las instrucciones del Triunvirato del 27 de Febrero, que le ordenaban dejar tierra arrasada al enemigo, en caso de retroceder; como efectivamente estaba por suceder. Este bando ordenó dejar desierta Jujuy para el 27 de Agosto de 1812.

José María Paz, oficial de la retaguardia del Ejército, recuerda: "Entretanto, vino la invasión del enemigo, y el cuerpo de vanguardia emprendió su movimiento retrógrado: quedando un cuerpo de caballería, se incorporó lo restante al ejército en Jujuy el mismo día que éste emprendía el suyo para Tucumán. Recuerdo que atravesamos el pueblo de Jujuy en toda su extensión, sin permitirnos separarnos, ni aun para proveemos de un poco de pan. Acampamos durante tres o cuatro horas a la inmediación de la ciudad, y tampoco se nos permitió entrar, ni mandar nuestros asistentes a proveernos de lo más preciso: tan riguroso y severo era el general Belgrano".

Los realistas jamás perdonaron a Belgrano esta dura medida. Pío Tristán escribiría: "Belgrano es imperdonable por el bando del 29 de julio". Era un "bando impío", ya que, al decir del historiador español Mariano Torrente, las "tropas de Buenos Aires que ocupaban las ciudades de Jujui y Salta... con orden de su comandante Belgrano para que todos los habitantes evacuasen aquel territorio, llevándose los archivos y aún los armamentos y vasos sagrados de las iglesias". El cuadro lo completaría el cronista hispano Gral. Andrés García Camba, con respecto a Jujuy y Salta: "Poblaciones que los insurrectos abandonaron después de haberlas maltratado mucho y hasta incendiado sus archivos públicos".

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