El debate electoral es una pieza clave en el modelo de comunicación política de las democracias. La exposición de ideas, plataformas electorales y propuestas de los participantes en las contiendas resulta fundamental no solo como una estrategia de propaganda, sino como una forma de crear un espacio para la transparencia, el flujo desinhibido de la información y la deliberación. No obstante, es primordial que los formatos de debate permitan la libre discusión de plataformas mediante la participación de la ciudadanía en la elaboración de un modelo más flexible, que configure los debates como herramientas importantes para incentivar un voto más informado y razonado.
La necesidad de volver al debate político
Los debates ofrecen una oportunidad a los ciudadanos de ver una confrontación de ideas, propuestas y argumentos, en tiempo real, y evaluar cómo los candidatos defienden sus puntos de vista y cómo reaccionan bajo presión a ideas antagónicas.
El debate es un proceso fundamental para la creación de ideas. En este, el diálogo fluye en un ejercicio deliberativo en el que converge la pluralidad de argumentos.
Contrastar ideas es, al mismo tiempo, fundamento de la democracia, acción que expresa las preferencias ciudadanas, ya sea mediante instrumentos legales o por medio de mecanismos directos de acción política como las protestas sociales.
Entre otros elementos, la democracia se estructura por un conjunto de procedimientos de diálogo y deliberación que incluye tanto la participación de instituciones como la de actores políticos en la confrontación de ideas.
Desde luego, los fines son diversos y atienden, según sea el momento democrático, a múltiples incentivos ideológicos y materiales; en esta tesitura, el curso del diálogo en coyunturas electorales no se desarrollará de la misma forma que en momentos en los cuales los comicios no tengan protagonismo en el escenario político. La diversificación del diálogo no solo es una cuestión natural, sino, además, necesaria, pues en la configuración de distintos momentos discursivos resulta indispensable la existencia de múltiples actores debido, a su vez, a la estructuración de diversos espacios de análisis. Por ejemplo, un diálogo guardará sus respectivas características si se desarrolla entre partidos políticos, medios de comunicación, ciudadanía o, incluso, entre la sociedad civil. Cada uno de estos momentos discursivos influye de manera particular en la democracia, en sus procesos y, por supuesto, en la configuración del poder público. Uno de ellos ocurre en los procesos electorales, que reúnen toda la capacidad discursiva de los actores políticos. El momento electoral es el idóneo para la confrontación de ideas, que, aunado a un determinado modelo de comunicación política, se desarrolla mediante los debates electorales. Por medio de disposiciones normativas, los debates electorales se apropian de un modelo de comunicación característico de las campañas electorales.
En los debates confluyen las propuestas de los candidatos que aspiran a un cargo de elección popular y las presentan a la ciudadanía en dos medios de comunicación preponderantes: el radio y la televisión.
En ciertos casos, el internet ha tomado relevancia en el desarrollo de los debates, pero su influencia aún no se ha reflejado como en los citados medios. Por esta razón, los debates se presentan como el cauce idóneo que, por una parte, expresa las plataformas de los partidos políticos o de los candidatos independientes y, por otra, resulta un importante incentivo, un núcleo para la conformación de la opinión pública que, en el caso de la ciudadanía, deriva en la disposición ciudadana del voto.
En esta tesitura, los debates electorales muestran una influencia dual no solo en el desarrollo propagandístico de las elecciones, sino también en el curso de la opinión pública en la ciudadanía. Sin embargo, como en cualquier proceso democrático electoral, los debates deben adecuarse a un marco normativo que permita la libre expresión de los actores políticos y que, además, evite abusos en el desarrollo de las confrontaciones.
A partir de ello, se supondría un modelo equilibrado de diálogo, de confrontación de ideas; no obstante, en ciertos casos no lo es. El formato actual de las campañas electorales no permite la libre discusión de ideas, pues solo se desarrolla gracias a la llana exposición de las plataformas electorales de los partidos políticos y, en su caso, de los candidatos independientes.
Es necesario un formato flexible para los debates electorales que permita una discusión libre de las ideas de los postulantes y de sus plataformas, así como una confrontación de índole ciudadana que motivaría a los contendientes a discurrir sin disposiciones preestablecidas.
Incrementar la flexibilidad en los debates no significa su discrecionalidad o un abuso en la libertad de expresión, sino un incentivo para la deliberación que dote a los ciudadanos de información para fundamentar su voto de una manera razonada.
En este punto cabe preguntarse: ¿Cómo influye el debate político en la configuración subjetiva del voto? Ante este cuestionamiento se sostiene que el debate electoral delinea la configuración subjetiva del ciudadano para la emisión del sufragio desde dos perspectivas: la primera, un formato cerrado y confuso no permite generar información de calidad para los ciudadanos; la segunda, un formato más flexible permitiría a los candidatos confrontar ideas y generar información deliberada, lo que impactaría en la emisión de un voto libre, informado y razonado.