Al operar en las sombras, el poder político, manipula la percepción pública y controla el relato, haciendo que sea casi imposible para la ciudadanía auditar su desempeño de manera efectiva; el secreto es la herramienta perfecta para mantener el statu quo y la estabilidad de las élites, incluso cuando sus políticas fracasan para la mayoría.
El poder se oculta para evadir explicaciones sobre decisiones que benefician a una minoría
El poder se oculta no tanto para tapar una ineficacia, sino más bien, para evadir la rendición de cuentas sobre sus acciones y decisiones que podrían ser impopulares o beneficiosas solo para una minoría, lo que, a su vez, genera una ineficacia percibida o real en el manejo de los asuntos públicos para el bienestar general.
La consecuencia directa en las sociedades es la erosión progresiva de la confianza; si la gente no sabe quién decide, cómo decide, y por qué, empieza a sospechar de todo el sistema, lo que lleva a un cinismo generalizado, una polarización tóxica y, a menudo, a la apatía o el desinterés en la participación democrática, ya que se percibe que los votos y la voz ciudadana no tienen impacto real en las decisiones ocultas.
En cuanto a la salud de las democracias, este ocultamiento funciona como un óxido que corroe lentamente la estructura: el secreto vacía de contenido el proceso democrático, las elecciones y debates terminan siendo solo una fachada o show, mientras las decisiones cruciales se toman en foros no transparentes; se debilita el contrapoder de la prensa y las instituciones de control, generando una impunidad estructural, y al final, la democracia corre el riesgo de degenerar en una “cleptocracia” o un autoritarismo blando. Donde las libertades formales existen, pero la soberanía real reside en un núcleo opaco de poder inescrutable, incapaz de servir a los intereses de la mayoría porque su principal interés es su propia supervivencia en la sombra.
Debemos desarrollar la rendición de cuentas, que en teoría democrática es el mecanismo por el cual los gobernantes y los poderosos deben justificar sus acciones ante el pueblo, pero cuando el poder se oculta, la rendición de cuentas se convierte en una farsa.
No se trata de decir qué se hizo, sino por qué se hizo, con qué costo real, y quién se benefició. Al no tener acceso a la información precisa —lo que llamamos transparencia activa— la ciudadanía solo puede juzgar los resultados finales, no el proceso, y si el resultado es ineficaz o injusto, la autoridad simplemente lo maquilla con propaganda o culpa a factores externos, haciendo que la ineficacia sea un subproducto del ocultamiento y no una causa. El segundo concepto crucial es la erosión de la confianza, que no es solo una falta de fe en un político específico, sino un colapso sistémico en la credibilidad de las instituciones: el parlamento, el poder judicial, los medios de comunicación tradicionales, e incluso las estadísticas oficiales.
Esta erosión deslegitima la acción colectiva y el consenso social, porque sin confianza, la gente empieza a buscar la verdad y la justicia en canales alternativos, a menudo polarizados y llenos de desinformación, lo que alimenta la polarización tóxica, el tercer concepto a destacar, esta polarización, impulsada por el secreto y la desconfianza, no es un debate ideológico sano, sino una lucha entre relatos donde el objetivo es destruir al oponente en lugar de resolver problemas, lo que a su vez paraliza la toma de decisiones efectiva y confirma la ineficacia percibida del sistema, atrapando a la democracia en un círculo vicioso de secretismo, desconfianza, parálisis y mayor necesidad de ocultamiento para justificar el fracaso.
El poder se oculta para no tener que dar la cara, y al no dar la cara, destruye los pilares que sostienen a la democracia, dejándola vulnerable al primer vendaval autoritario.

