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La educación en tiempos de demagogia: Entre plataformas vacías y acciones decepcionantes

El frenesí de la tecnología y las promesas de una educación autodidacta han envuelto a nuestra sociedad en una maraña de ideas equivocadas y peligrosas.

En medio de esta confusión, los partidos políticos despliegan sus plataformas, palabras vacías que apenas logran ocultar la falta de acción y de verdadero pensamiento.

En estas semanas, los candidatos tienen la oportunidad de exponer sus propuestas, pero ¿qué podemos esperar más allá de los discursos vacíos? La realidad de lo que ocurre cuando los partidos llegan al poder revela mucho sobre sus verdaderas intenciones, o la falta de ellas. Las diferencias entre las políticas públicas se desvanecen en la práctica, y las promesas se quedan en meras ilusiones.

Un ejemplo claro de esta falta de compromiso con la calidad educativa se evidencia en la metodología utilizada para elaborar reformas.

El Ministerio dirigido por Soledad Acuña en la Ciudad de Buenos Aires afirma haber consultado a miles de docentes, alumnos y especialistas, como si una simple encuesta pudiera reemplazar el conocimiento especializado necesario para reformar una institución o política pública. ¿Acaso no son tareas para expertos la creación de leyes, el diseño de organismos o la elaboración de políticas? Suena antipático, pero la escuela no es una institución democrática. La educación requiere de jerarquía y autoridad, sin las cuales se desvanece en el caos.

Nos encontramos, como bien describió Hannah Arendt en un memorable artículo en 1960, en una crisis provocada por las innovaciones de la llamada "pedagogía moderna", alimentada por una psicología también moderna, que se ha centrado en aspectos formales y relacionales, olvidando por completo el propósito fundamental de la educación: transmitir conocimientos. Tan simple y tan olvidado como eso.

La moda pedagogista ha puesto el cómo por encima del qué, las formas sobre los contenidos y la didáctica por encima del conocimiento. Se ha privilegiado la "contención" en lugar de la enseñanza.

La consulta que busca establecer nuevas reglas en la educación y equipara a los alumnos con los docentes es una estratagema demagógica.

Surge de la idea de que los niños construyen su propio conocimiento, que pueden aprender solos, mientras que los maestros son meros guías, cuando no obstáculos, para que el genio interior de cada niño emerja y descubra por sí mismo lo que la humanidad ha tardado siglos en aprender, sistematizar y transmitir de generación en generación.

El ministro de Educación de la Nación, Jaime Perczyk, insiste en repetir que "la educación tradicional dice que los profesores saben algo que los chicos no saben..." o que "existe una idea educativa predominante y es que las y los estudiantes no saben, y uno tiene que transmitirles un conocimiento de origen cultural". ¿Es realmente tan descabellado pensar que los docentes tienen algo que enseñar a los estudiantes? ¿Acaso la educación no implica la transmisión de conocimientos acumulados a lo largo de los siglos, una tradición que debe preservarse?

En el anuncio de la reforma de la educación primaria, Soledad Acuña explica que la pandemia reveló las complejidades y brindó la oportunidad de reflexionar e innovar en los modelos de enseñanza y aprendizaje.

Pero ¿es acaso la pandemia una justificación válida para afirmar que ha habido innovación en la educación? Es un despropósito.

Suena similar a lo que Alberto Sileoni hizo en la provincia de Buenos Aires, donde se promovió una educación fácil al aprobar un año de aulas cerradas. Además, ¿qué novedad hay en romper con las estructuras tradicionales, como la autoridad del maestro, la disciplina, el esfuerzo y la excelencia? Como afirmaba Hannah Arendt, la educación debe ser conservadora, ya que su misión es transmitir a los niños el cúmulo de conocimientos acumulados a lo largo de los siglos, la tradición. Desde que los pedagogos iniciaron su manía innovadora, solo hemos retrocedido.

Los niños de hoy están atrapados en una encrucijada: por un lado, se les dice que pueden aprender por sí solos, gracias al pedagogismo reinante, y por el otro, se les fascina con la tecnología, creyendo que basta con entregarles una laptop y enseñarles algunos rudimentos de inglés para que naveguen por el vasto mar del conocimiento en Internet. Ni hablar ahora con la Inteligencia Artificial, ¿verdad?

En medio de este caos, la demagogia política se ha infiltrado en las aulas, olvidando que el verdadero interés del alumno, al que dicen defender estas medidas, es aprender. Se le está negando esa oportunidad. Y cuando se trata de niños en edad primaria, el daño es doblemente grave, ya que las dificultades en la adquisición de conocimientos en esa etapa son difíciles de superar.

Resulta interesante analizar los 7 consensos surgidos de la consulta en la Ciudad de Buenos Aires para reformar la educación primaria, ya que son conceptos comunes a muchos distritos y a nivel nacional. Sin embargo, algunas provincias están intentando corregir ese rumbo equivocado.

Es preocupante creer que los programas escolares tienen un exceso de contenido, cuando en realidad sucede lo contrario. Los niños llegan a la universidad con lagunas en su formación. Si se enfatizan los contenidos centrales, como el lenguaje y las matemáticas, suena razonable, pero ¿qué ocurre con la Educación Sexual Integral (ESI)? Durante la pandemia, cuando se redujeron al extremo los contenidos, la ESI seguía considerándose esencial...

En segundo lugar, se propone incluir las "capacidades" como contenidos, como si la capacidad fuera en sí misma un contenido. Además, es imposible enseñar el pensamiento crítico de manera abstracta; es el resultado del aprendizaje, no un punto de partida.

Tampoco se pueden enseñar habilidades de forma abstracta. La teoría moderna del aprendizaje, criticada por Arendt, sostiene que no se trata de "enseñar un saber, sino de inculcar una destreza". Nuestros pedagogos hacen alarde de la palabra "habilidades".

Irónicamente, las plataformas políticas son como papel mojado, un mero ejercicio de retórica que no refleja la verdadera intención de los partidos en el poder. En lugar de enfocarse en lo que dicen, deberíamos prestar atención a lo que realmente están haciendo. Las diferencias entre las políticas públicas no son tan marcadas como se pretende.

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