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Cuando gobierna el delirio es síntoma de recambio generacional

Es imperioso profundizar en un tema que, lamentablemente, se ha vuelto recurrente y emblemático de la gestión pública en nuestro país: la falta de criterio y la improvisación de los funcionarios ante problemas cada vez más complejos y multifacéticos.

Hablamos de una dirigencia que, en muchos casos, parece actuar más por reacción que por planificación, más por interés político que por una verdadera vocación de resolver los problemas de la gente. En muchas de esas decisiones, lo que se percibe claramente es una ausencia de análisis profundo y de entendimiento de las causas y los efectos que acompañan a cada situación.

Un ejemplo concreto lo registramos en la reciente declaración de una diputada oficialista María Ferrín, quien ironizaba en la última sesión diciendo que la ola polar ahora también era culpa del Ministerio de Educación. Es decir, en vez de afrontar esa realidad con una estrategia concreta, parece que optan por esquivar la responsabilidad, como si el clima extremo fuera simplemente un capricho de la naturaleza y no un fenómeno que requiere planificación y adaptación.

En realidad, el Ministerio de Educación es responsable de no poner escuelas en condiciones, ocurran o no fenómenos climáticos como el que atravesamos.

Pero esto no es un caso aislado. Se repite en diferentes ámbitos, desde la crisis energética, donde las inversiones son insuficientes y los sistemas colapsan, hasta la educación, que cada año arrastra el mismo problema: escuelas sin las condiciones mínimas para comenzar las clases en tiempo y forma. Mientras tanto, las soluciones muchas veces parecen improvisadas, improvisaciones que sólo evidencian la falta de criterio para detectar cuáles son las verdaderas causas y cuáles son las medidas reales que pueden mitigar las consecuencias.

La gestión pública requiere más que buenas intenciones; exige conocimiento del territorio, entender las causas estructurales, contar con una visión estratégica y tener la capacidad de gestionar recursos en función de un plan. Pero lo que se ve, en muchas ocasiones, es una gestión de parche, de corto plazo, que no mira más allá del próximo anuncio o del próximo ciclo electoral.

Y esto, lamentablemente, tiene un alto costo social. La falta de criterio en la toma de decisiones contribuye a agravar problemas que, en lugar de resolverse, se van acumulando y se vuelven cada vez más difíciles de afrontar. La inacción o las soluciones improvisadas generan un círculo vicioso que termina por desgastar toda la confianza en las instituciones.

El problema, en definitiva, es que estamos frente a una dirigencia que no ha sabido o no ha querido entender que los problemas complejos requieren soluciones integradas, con visión de largo plazo y profundo conocimiento técnico, social e institucional. Sin ese criterio, la gestión pública se vuelve un caos, y la provincia queda sometida a soluciones temporales que, tarde o temprano, vuelven a fracasar.

Por eso, hacemos un llamado a la reflexión: necesitamos una dirigencia que diseñe políticas públicas con criterio, con visión, con compromiso real por resolver los problemas de la gente y no solo por mantenerse en el cargo. La provincia no aguanta más improvisación. La gente exige soluciones, y esos solo llegarán si quienes gestionan tienen la sabiduría y el criterio para hacerlo.

La clave está en entender que la verdadera gobernabilidad requiere un pensamiento estratégico y una gestión con sentido común. Sólo así podremos construir una provincia más justa, más equilibrada y más preparada para los desafíos del futuro.

La crisis en la educación, el colapso del sistema energético, la improvisación ante fenómenos climáticos extremos, la falta de planificación y visión a largo plazo— son claros indicadores de que estamos frente a un ciclo que, en realidad, ya debería considerarse terminado.

Durante 30 o 40 años, esta dirigencia ha tenido la oportunidad de transformar esta provincia, de dejar un legado positivo, de construir una base sólida para las generaciones futuras. Sin embargo, si medimos su paso por la función pública en términos de resultados, la evaluación es, a decir verdad, paupérrima.

Mucho se ha hablado de continuidad, de instituciones y de estabilidad. Pero esa estabilidad forzada, esa continuidad sin coherencia, ha llevado a que muchas de esas gestiones se vuelvan una repetición de los mismos errores, una especie de ciclo vicioso que sigue sin romperse.

El tiempo, y sobre todo los resultados, muestran que estas generaciones políticas, en muchos casos, han agotado su ciclo. Han dado todo lo que podían, y lo que dejan en el camino, en su mayoría, es una provincia con menos oportunidades, más desigualdad y menos confianza en las instituciones.

Pensemos en los datos. La mejora en indicadores sociales, en inversión en infraestructura, en gestión educativa y energética, no ha sido significativa. Por el contrario, las crisis se han repetido. La gestión, muchas veces, ha sido reactiva y fragmentada, sin una estrategia de provincia definida ni un proyecto colectivo que nos impulse hacia adelante.

Es momento, entonces, de reconocer que esos ciclos han llegado a su fin. La historia nos dice que las sociedades que no saben renovarse, que no se atreven a sacar lo viejo para dar paso a lo nuevo, están destinadas a estancarse y a perder su rumbo.

Pero esa renovación requiere más que un simple cambio de nombres en los directorios políticos. Necesita una transformación profunda en la forma de hacer política, en la mentalidad de quienes administran los recursos públicos y en la capacidad de escuchar y aprender. Porque, si no, seguiremos siendo víctimas de las mismas frases, los mismos discursos y las mismas soluciones inconsultas y parciales.

La hora reclama un cambio de paradigma. La historia y los resultados nos están diciendo que ya no basta con seguir en esa senda. Es tiempo de mirar hacia adelante, de apostar a una gestión con criterio, con visión y con una nueva generación de dirigentes que realmente quieran construir una provincia mejor.

Porque, al final, solo renovando nuestras instituciones y a nuestros dirigentes podremos dejar un legado digno para las futuras generaciones. Y ese legado no será otro que una provincia con más justicia, más oportunidades, y más preparado para los desafíos que vienen.

Porque, al fin y al cabo, los que están padeciendo esta situación no son sólo los políticos o los funcionarios, sino la gente que día a día enfrenta las consecuencias. Padres desesperados porque sus hijos no tienen la escuela en condiciones, familias que sufren por las dificultades en el servicio eléctrico o por la ausencia de políticas efectivas que protejan a las comunidades ante las crisis climáticas.

Este malestar, este hartazón, no lo genera solo el desgaste, sino la percepción clara de que los dirigentes están superados, agotados y, en muchos casos, indiferentes ante las necesidades reales del pueblo. La gente sabe que los cambios no se logran con simples notas, promesas o anuncios. Los cambios se producen con acción genuina, con una gestión efectiva, con un liderazgo que escuche y actúe en consecuencia.

Y esa misma gente, la que está en la calle, en las escuelas, en los barrios, en las universidades, ya se ha dado cuenta: la dirigencia actual, la misma que durante más de 30 o 40 años ha estado en el poder, ha demostrado que su ciclo llegó a su fin. Nos han dejado un saldo de gestiones recurrentemente fallidas, que solo han agravado la situación de una provincia que, en muchas áreas esta acéfala.

Por eso, muchos sienten que la única forma de salir de esta crisis estructural es impulsando un cambio generacional. Un relevo que traiga nuevas ideas, nuevas energías, un compromiso renovado con la gente y no con los intereses cortoplacistas o las viejas estructuras que ya no responden a las demandas de hoy.

La gente está cansada de la indiferencia, de escuchar promesas vacías, de ver que los problemas no se resuelven. Necesita que sus voces sean las que impulsen la verdadera transformación, porque quienes han estado en el poder, en muchos casos, ya demostraron que no están a la altura de los desafíos.

Este momento, este despertar popular, nos llama a comprender que los cambios fundamentales no vienen de la nada, sino del compromiso social activo, del protagonismo ciudadano, de la presión colectiva y de una apuesta clara por renovar desde sus raíces a quienes gobiernan.

Porque solo así podremos salir de estos ciclos vicios y construir una provincia más justa, más equitativo y con un liderazgo que sí tenga la sensibilidad, la capacidad y, sobre todo, la voluntad de sanar las heridas pendientes.

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