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La leyenda del Río Engualichado

Compartimos un relato del escritor Oscar López Zenarruza que refiere al Río Xibi Xibi y a la leyenda de sus aguas impregnadas por un gualicho.

Cuando Francisco de Villagra dispusiera en 1550 su campamento en el valle de Xuxuy, crea el primer asentamiento europeo en esta tierra.

Para ello, debió luchar contra los feroces indios “Jujuyes” quienes demostraron una indomable bravía y celo en defender lo propio. Pero, aunque es cierto, que murieron varios españoles, y que la permanencia de Villagra no fue realmente prolongada, la convivencia en tan extrañas circunstancias creó tensiones suficientes, como para que un bando estuviese acampado en la orilla derecha del río Grande (banda de Los Perales), y los otros (los Jujuyes) en el margen izquierdo del Xibi-Xibi, quedándoles de esta manera, la cierta y precaria seguridad de dos ríos de por medio, como para poner distancia.

En realidad Villagra tenía como destino Chile, que era hacia donde debía encaminarse, como tropa de refuerzo a don Pedro de Valdivia. Pero Francisco, prefirió apoderarse de los pertrechos del Capitán Núñez de Prado, desviando de esta innoble manera su curso original.

Pero es la historia quien nos cuenta con detalle todo lo sucedido en aquellos tiempos entre esos guerreros. En cambio aquí, a nosotros nos interesa a lo que sucedió en otro plano, y a raíz de aquel primer asentamiento.

Y, como ocurre a menudo, de fuerzas antagónicas, nace además de la lucha, el reconocimiento y la admiración. Pero cuando se trata de razas desconocidas, surge entonces la curiosidad y la sorpresa.

Y así fue, como la hija menor del terrible cacique, que defendía sus tierras hostigando a los intrusos; la hermosa y joven princesa Oderay, de apenas quince años, quedó absorta con estos seres blancos, barbados y disímiles a todo cuanto hasta entonces había conocido. Su gente también los miraba con curiosidad, y animosidad, es cierto. Pero el asombro de Oderay se transformó en embeleso, ese día, que arriesgadamente, sin duda, subió por la orilla derecha del Xibi-Xibi, hasta donde comenzaban las barrancas, lugar de la Salamanca (hoy, lago Popeye), a fin de caminar, pasear, curiosear. Y allí, encontró al no menos osado e inconsciente, Martín de Zárate, joven entonces de veintiséis años, que habiéndose alejado sin autorización del campamento, pese a las prevenciones sobre el caso, llego hasta aquel recodo, buscando quién sabe qué, o tal vez, sin poder impedirlo, el encuentro con su destino.

Oderay, en ese momento, fue indudablemente traicionada por el hado del amor, que clavó en ellos sus profundos dardos, pero ensañándose más en la princesa.

Así, Oderay, no pudiéndose resistir más a los encantos que Martín, sin saber desparramaba, se hizo un poco la distraída y caminando como quien no quiere la cosa, se dejó ver por el sorprendido mancebo, que quedó de inmediato fascinado por la gracia, la belleza y la inocencia de la donosa muchacha.

Y como sucede por lo general en este tipo de casos, Oderay y Martín, vivieron un hermoso romance, profundo, a escondidas, lleno de las más dispares posibilidades, pero real y de raíz. Así, los jóvenes vivieron dichosos los días que le tocaron en suerte, hasta que una mañana, Villagra anunció que en dos días más, levantarían el campamento con destino hacia la ciudad del Barco (hoy Santiago del Estero).

Martín desesperado, corrió a contarle la novedad a su amada y también a despedirse, ya que aunque el hecho lo molestaba, no estaba dispuesto a ser abandonado de la tropa.

Oderay en cambio, tomó la noticia como una verdadera catástrofe. Ya que la sola idea de separarse de Martín le pareció peor que perder su propia vida.

Desesperada, y no pudiendo hacer otra cosa, contó al fin la noticia a su padre, con la infantil esperanza que el cacique impidiese la partida. Pero el jefe lejos de molestarse, se alegró profundamente al saber que los intrusos se alejaban de sus tierras.

Desolada, la hermosa princesita, volvió al río, en el lugar donde conociera a su amado, y rompió en un llanto tan amargo como prolongado, hasta que al fin, el Genio del río se le apareció preguntándole qué le pasaba, y deseoso en remediar su mal, ya que él amaba a la princesita tanto por su bondad como por su belleza.

Oderay le relató todo, y el Genio luego de escucharla atentamente, le dijo que como única solución y a fin que ella y Martín no se separasen nunca, él se disolvería para siempre en las aguas del río, con lo que a partir de entonces quedaría definitivamente engualichado. Ella sólo tendría que hacer que Martín bebiera de sus aguas antes de partir. Y así lo hizo.

Martín Zárate, siguió a Francisco de Villagra hasta la ciudad del Barco, y dado que no se entendía demasiado con su Jefe, volvió al fin a España donde tenía su familia. Pero ocurrió que allí, en la lejana Sevilla comenzó a atacarle una enfermedad de la tristeza.

Hasta que no pudiendo más, y luego de dos largos años, volvió nuevamente a la tierra de los “Jujuyes” donde Oderay lo esperaba paciente y enamorada.

Cuenta la leyenda que ambos vivieron felices y respetados por la tribu, no conociendo ninguno de ellos otro amor, que el que entre sí mismo generaba.

Dicen que antes de morir, ambos se transformaron en un arbusto que comenzó a expandirse por todas partes, la tusca, que recuerda que el amor supera la distancia de las razas. De este arbusto, se hace fuego, y de sus dulces vainas se alimentan por igual las cabras y ovejas, pero lo importante es que nace por doquier, siempre y cuando sus semillas toquen la tierra, sin importar el origen ni la diferencia de la zona.

En tanto y definitivamente, las aguas del río quedaron impregnadas del gualicho, y de allí que quien beba de las mismas, hace cierto el refrán que, a "Jujuy siempre se vuelve"; y los enamorados que juntos toman las aguas del Xibi-Xibi, resguardados por los halos de la luna, que tanto cobijara a los amantes, encontraran en la fuerza del gualicho el valor suficiente para superar todas las desazones, sobre todo, las distancias.

Autor: Oscar M. López Zenarruza

FUENTE: Municipalidad de San Salvador.

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