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Fernández y Morales, la demagogia populista

Una vez más estamos confirmando que Argentina está infectada por la peste del populismo

Un innecesario feriado nacional al que siete provincias no se sumaron, seis oficialista y el autopercibido opositor Gerardo Morales.

Un feriado impensado, tirado de los pelos que una vez más atenta contra una muy deprimida actividad privada, que espera estas fechar para recuperar algo del pésimo año comercial.

Esta infección, llamada populismo, ha alcanzado el nivel de plaga, y las plagas son comunes pero es difícil reconocerlas y sorprenden a las personas siempre desprevenidas; se dicen que la plaga es irreal, un mal sueño que tiene que pasar; pero son los hombres los que pasan, y los humanistas en primer lugar porque no han tomado precauciones.

Para identificar los síntomas del populismo y de la demagogia que inundan nuestra democracia basta con aclarar qué se entiende por este conceptos: la demagogia es un instrumento populista, y en este sentido, consiste en manipular y ganarse a la gente aprovechando su indignación y su miedo, radicalizando y exagerando los motivos de crítica, reclamando el monopolio de sus aspiraciones e intereses, que justifica aunque sean irrealizables, tachando de elitistas a quienes los cuestionan, y hoy estamos viendo el caso de una manera absoluta.

Pero la demagogia sólo es una herramienta; el populismo es la esencia de la infección convertida en plaga.

La mala intervención institucional y el lenguaje cotidiano que es violentado por los populistas, con los que suele ser imposible debatir porque prostituyen el sentido tradicional de los conceptos sociales, políticos y económicos, enlodando la opinión pública de retórica vacía, sentimental, radicalizada y efectista.

La extensión de la plaga debe mucho a un clima de crisis de representatividad de los partidos políticos en general, y de los gobernantes en particular, debido fundamentalmente a la corrupción de los mismos, que tan real como a la vez sobredimensionada por los populistas, además de la crisis económica que está siendo aprovechado por líderes populistas y demagogos.

Es preciso subrayar que ni las causas son irreales ni todos los mensajes populistas carecen de verdad y de legitimidad. Su carácter infeccioso proviene justamente de mezclar juicios y soluciones ciertos y rigurosos con otros demagógicos y manipuladores.

Las consecuencias de la plaga son imposibles de determinar con precisión. Pero tanto el conocimiento de la historia, como el de países recientemente infectados ilustra acerca de los efectos devastadores del triunfo del populismo.

En esta Argentina de hoy el populismo de izquierda y de derecha avanzaba a lomo de una bestia inquietante que siempre gana, y que es el miedo.

El populismo argentino, transversal a las dos concertaciones principales, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, se configura sobre referentes extraordinariamente simples e intelectualmente pírricos, pero con una capacidad sensible para la movilización de la emoción y del sentimentalismo. La razón sucumbe en manos de las emociones basadas en una fantasía colectiva.

Hoy vemos nuevamente como los populistas que detentan el poder, se siguen considerando como los únicos y verdaderos representantes y defensores del “pueblo”, hoy dicen que lo defienden y los interpretan, entonces, cualquier oposición política al disparate del feriado se convierte en “enemigo” del pueblo y debe ser combatida e ignorada en sus propuestas.

El populismo en términos económicos es inviable; en términos políticos es autodestructivo, y en términos sociales es absolutamente regresivo. Si todo esto es tan claro, ¿por qué en la Argentina insistimos con estos calamitosos procesos “nacionales y populares” que por más de 70 años nos han llevado a crisis recurrentes y a un grave estancamiento económico y social? La respuesta es clara: la causa principal reside en que, sistemáticamente, la gran mayoría de la corporación política no solo no ha abandonado su equivocada ideología populista sino que la ha exacerbado, aumentado incluso su poco respeto por los principios republicanos de división de poderes.

Vale la pena en este día citar a Alfonso Galindo, filosofo y profesor de Filosofía de la Universidad de Murcia: “Una sociedad demócrata-liberal no permitirá que el terror moralista e ideológico de los mitos se impongana la autonomía de la razón…”

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