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El gatopardismo se apoderó de la política

Los políticos parecen haber perdido esa vocación de servicio que alguna vez los caracterizó, y ¿por qué hoy en día parecen más interesados en los intereses personales o en mantener su poder que en atender las necesidades reales de la población?

Este fenómeno no surge de la nada; hay varios factores que han contribuido a este cambio de actitud. Uno de los principales es la corrupción, que ha ido socavando la confianza en las instituciones y en quienes las representan. Cuando los políticos ven que algunos pueden enriquecerse a costa de su cargo, la motivación de servir a la comunidad se desvanece y surgen intereses particulares.

Otra razón es la percepción de que el sistema favorece a unos pocos, lo que genera un desencanto generalizado y una pérdida de vocación de servicio. Además, la política muchas veces se ha convertido en un juego de intereses económicos y de poder, en lugar de un espacio para mejorar la vida de los ciudadanos.

Pero no todo es negativo. Este cambio de actitud también puede interpretarse como una llamada de atención. La ciudadanía exige mayor transparencia, compromiso y acciones concretas. La esperanza está en que, frente a estos fenómenos, surjan nuevos líderes que tengan realmente esa vocación de servir y que trabajen con honestidad y compromiso para construir una provincia mejor.

Es fundamental que como sociedad pongamos en valor a quienes realmente quieren y pueden hacer la diferencia, y que exijamos una política más cercana, más transparente, y con un auténtico compromiso con el bien común.

La necesidad de tener líderes con vocación de servicio y de una política más transparente y comprometida con el bienestar común hoy es un imposible. Pero también es importante reconocer una realidad muy dura y, a veces, frustrante: el propio sistema, ese statu quo que ha dominado la política durante décadas, se encarga de blindarse para impedir que surjan cambios verdaderos.

Ese sistema, que se ha beneficia con el poder de la corrupción y de la falta de control ciudadano, pone todos los obstáculos posibles para que quienes tengan una visión diferente, ideas renovadoras o ganas de transformar la política, no logren avanzar. Se crean barreras, se manipulan las reglas, se usan los recursos del estado para protegerse y mantener ese esquema de privilegios establecidos.

Por eso, esa metamorfosis que necesita la política, esa transformación profunda para volver a ser un espacio de servicio genuino, no sucede con facilidad. La resistencia al cambio es tan fuerte que muchas veces se parece a un ciclo interminable, donde los mismos intereses se perpetúan. Cuando alguien intenta realmente cambiar las cosas, se enfrenta a un sistema creado por ese statu quo que hará lo posible por impedirlo. Si exploramos leyes internas, reglamentos legislativos, es decir los métodos de funcionamiento, todo está diseñado para la alimentar a la máquina de impedir. El sistema ha tomado de rehén a la democracia.

Es esa dinámica perversa la que impide que la política recupere su función natural: trabajar por el bien común, por una sociedad más justa y equitativa. y aquí radica un gran desafío para todos: entender que el cambio requiere no solo de voluntad individual, sino de un esfuerzo colectivo para desmantelar ese sistema de protección que busca blindarse contra cualquier transformación real.

Muchas veces pensamos que la dirigencia política surge de la nada, como un repollo que crece por arte de magia. Pero la realidad es otra: la verdadera dirigencia nace y se alimenta de la sociedad misma. Es esa sociedad la que genera, en su conjunto, a quienes luego ocupan cargos de liderazgo. y hoy, esa sociedad atraviesa una crisis profunda, una crisis espiritual que parece ser un fenómeno mundial, pero que en nuestro caso particular, en la provincia de Jujuy, se vuelve aún más palpable.

Es importante entender que los problemas que enfrentamos no están en el exterior, en esa supuesta “otra gente” o en las circunstancias externas, sino que residen en el interior de cada uno de nosotros. La crisis de valores, la pérdida del sentido ético, la falta de empatía y de sentido común, no son algo que venga de afuera, sino que nacen en nuestro interior. La desilusión, la apatía y la falta de compromiso social son reflejo de una situación que nos afecta a todos y que, si no enfrentamos con honestidad, solo se agravará.

Mientras no logremos comprender que el cambio real empieza por cambiar desde adentro, en nuestro modo de pensar, en nuestra forma de vincularnos y en nuestra manera de valorar lo que realmente importa, será muy difícil recuperar la racionalidad, la ética y el sentido común que hace posible una sociedad más justa y solidaria.

Este es un desafío que nos toca a todos. Reconocer esa crisis interior y trabajar en ella, para que esa transformación personal tenga un efecto multiplicador en toda la comunidad, será fundamental para poder construir un nuevo camino donde la política y la dirigencia puedan volver a tener sentido, en armonía con los valores que nos unen y nos hacen verdaderamente humanos.

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