En esta vorágine simbólica, la política se desvanece como un eco lejano. Un país ensimismado en la velocidad de su propio vértigo, donde los rayones de la realidad son apenas percibidos. Enchufado a 220 y acelerando a 300 km/h, este Gobierno parece desafiar las leyes de la física política, ignorando límites y desestimando limitaciones.