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La desigualdad social en Argentina

La sociedad argentina transita una vez más un ciclo de ascenso de la desigualdad social. Esto significa alta inflación, estancamiento económico y poca creación de buenos empleos.

La sociedad argentina transita una vez más un ciclo de ascenso de la desigualdad social. Esto significa alta inflación, estancamiento económico y poca creación de buenos empleos. En su magnitud, esta crisis está lejos de compararse con otros hitos críticos de nuestro derrotero histórico contemporáneo. Sin embargo, el problema no está en los niveles que expresan los indicadores de pobreza, sino en la acumulación de marginalidades y exclusiones que dejan marcas sociales más profundas.

Si bien este proceso podría revertirse por la acción de la política sobre la economía, nada parece detener un deterioro social cuyo origen no está en la reciente pandemia, ni en las políticas fallidas de la última década, aunque ambos procesos agravaron la situación. La política se muestra desconectada de los problemas cruciales que enfrenta la sociedad sufriente y es impotente para asimilar y hacer propias las demandas que trascienden la actual crisis.

La estructura social argentina ha sido históricamente vulnerable a los embates económicos y políticos, pero en los últimos años hemos visto un agravamiento de la situación. Las políticas implementadas no han sido suficientes para contrarrestar este deterioro, y la falta de una visión a largo plazo parece ser una constante en la clase dirigente.

Es crucial reconocer que la solución a estos problemas no vendrá de paliativos temporales o medidas de corto plazo. Necesitamos un compromiso real con la transformación estructural que permita una distribución más equitativa de los recursos y oportunidades. La educación, la salud, y el acceso a servicios básicos deben ser pilares fundamentales en cualquier estrategia que busque revertir esta tendencia de creciente desigualdad.

Además, es necesario que la política recupere su capacidad de conexión con las necesidades reales de la gente. La sociedad argentina demanda líderes que comprendan la magnitud de sus problemas y tomen decisiones valientes y efectivas para abordarlos. No podemos permitirnos más años de indiferencia y promesas incumplidas.

La historia nos ha enseñado que las crisis pueden ser momentos de oportunidad para un cambio profundo y significativo. Este puede ser el momento en que Argentina decida romper con los ciclos de desigualdad y marginalidad. Para ello, es imperativo que todos los sectores de la sociedad trabajen juntos, con un objetivo común: construir un país más justo y equitativo para todos sus ciudadanos.

Días enteros sin bañarse, la ropa sucia o rota –que les queda grande o chica porque no las compraron para ellos–, el hambre, las adicciones, la exposición a la violencia y un denominador común: una mirada de dolor que a gritos pide ayuda. A simple vista, la calle parece igualar a los que viven y duermen en ella, pero detrás de cada uno se esconde una historia diferente, una razón que revela por qué la vida los dejó al desamparo, sin un techo que los proteja, y por qué se vuelve tan urgente trabajar para recuperar su dignidad.

Problemas económicos, contextos vulnerables, malas elecciones de vida, problemas de adicciones, peleas familiares, escapes por situaciones de abuso o maltrato y abandono son algunos de los motivos que llevan a una persona a vivir en la calle. Pero lo más determinante es no contar con una red de contención afectiva que los rescate de cualquier traspié que estén atravesando. Muy pocos llegan a la calle solamente por una cuestión económica. Siempre hay algo más que acompaña que hizo que el círculo social se haya ido cortando. Las cifras nunca son exactas porque estamos hablando de una población muy nómade.

Esta realidad, que se repite en cada rincón de nuestras ciudades, es un reflejo de la profunda crisis social que vivimos. La exclusión no es un fenómeno nuevo, pero su visibilidad ha crecido a medida que las soluciones se han hecho más escasas y las políticas públicas menos efectivas. La falta de una red de contención social es un síntoma de un problema estructural que requiere atención urgente.

El fenómeno de las personas en situación de calle no puede ser abordado únicamente desde una perspectiva asistencialista. Es necesario un enfoque integral que considere no solo la provisión de recursos básicos, sino también la reintegración social y laboral de estas personas. La dignidad humana debe ser el eje central de cualquier política destinada a combatir esta problemática.

Es fundamental que como sociedad reconozcamos la humanidad de aquellos que han sido marginados. Cada persona en situación de calle tiene una historia, un pasado y, potencialmente, un futuro. Necesitamos políticas que fomenten la rehabilitación, el acceso a la educación y a la salud, y la creación de redes de apoyo comunitario.

La solución a esta crisis no vendrá de un solo sector, sino de la colaboración de todos: gobiernos, organizaciones civiles, empresas y ciudadanos. Debemos trabajar juntos para construir un tejido social que no deje a nadie atrás, que ofrezca oportunidades y que, sobre todo, restituya la dignidad de aquellos que han sido olvidados.

Prevalecen hombres mayores de 50 años, muchos con vínculos familiares rotos, sin trabajo, algunos con problemas psiquiátricos y otros que padecen ciertas adicciones. Son personas que sufren una gran falta de contención frente a una crisis y no tienen dónde apoyarse. Cada uno esconde heridas –que en algunos casos nunca cicatrizan– y son protagonistas de historias de vida que se van complicando cada día más, hasta llegar a un punto que parece sin retorno. Sin embargo, con la asistencia y el apoyo necesario, algunos encuentran el camino de regreso a la reinserción en la sociedad, y consiguen encauzar su vida.

Cuando la gente piensa en un grupo vulnerable, se les viene a la mente las personas de la tercera edad, migrantes, gente con enfermedades mentales, comunidad LGBT, etc. Son los colectivos más conocidos y también los que cuentan con mayores redes de apoyo. Pero ¿qué pasa con los indigentes? El hecho de que haya personas sin un hogar y sin dinero para cubrir la canasta básica es un problema social grande a nivel internacional, aunque algunos países lo han sabido manejar mejor que otros.

Las principales causas de la indigencia se pueden dividir en dos grupos: personales y sociales, si bien ambos están relacionados y en última instancia los determinantes son los sociales, mientras que los personales se relacionan con el riesgo de caer en la indigencia en términos estadísticos. Por un lado, tenemos los determinantes neurobiológicos: propensión a psicopatologías y que éstas no sean tratadas adecuadamente, y también la ansiedad y niveles elevados de estrés en individuos sin redes de apoyo. Por el otro, las experiencias traumáticas, vivencias de la niñez, abuso sexual o físico, conflictos o violencia intrafamiliar, abuso de sustancias, aumentan el riesgo de caer en esta situación.

Es crucial que abordemos este problema desde una perspectiva integral que reconozca la complejidad de las causas y las diversas necesidades de quienes se encuentran en situación de calle. Necesitamos políticas públicas que no solo brinden asistencia inmediata, sino que también promuevan la reintegración social y económica a largo plazo. Las soluciones deben incluir la provisión de vivienda digna, acceso a servicios de salud mental, programas de rehabilitación para adicciones, y redes de apoyo comunitario que ofrezcan un sentido de pertenencia y seguridad.

Enfrentar la indigencia requiere un compromiso serio y sostenido por parte de todos los sectores de la sociedad. No podemos seguir ignorando a los más vulnerables, aquellos que han sido olvidados y dejados al margen. Es hora de que nuestras acciones reflejen la compasión y el respeto por la dignidad humana, y que juntos trabajemos para construir una sociedad más justa y equitativa, donde nadie quede excluido.

La lucha contra la indigencia es, en última instancia, una lucha por la humanidad y la decencia. Debemos reconocer el valor y el potencial de cada individuo y esforzarnos por crear un entorno donde todos tengan la oportunidad de vivir con dignidad y esperanza.

Como grupo vulnerable, los indigentes están compuestos por personas que pertenecen a otras categorías de clasificación social: gente de la tercera edad, personas con problemas de alcoholismo o drogadicción, inmigrantes, personas con discapacidad (tanto física como intelectual), entre otros. Las principales vulnerabilidades, que al mismo tiempo se vuelven consecuencias de este fenómeno social, son las siguientes.

La mayor parte de la sociedad no muestra interés por los indigentes en la mayoría de los países. Son vistos, pero no tomados en cuenta. El hecho de no tener un techo altera sus capacidades mentales, hasta el punto de desarrollar patologías. Las más comunes dentro de este grupo son la depresión y la esquizofrenia, además del alcoholismo. Los indigentes están expuestos a cualquier virus o bacteria y a temperaturas extremas sin posibilidad de prevenir enfermedades a causa de estos agentes o situaciones.

El que los padres de familia estén en situación de calle se relaciona con una situación de vulnerabilidad de sus hijos, por falta de acceso a una educación formal. El hecho de estar expuestos a enfermedades hace que su posibilidad de muerte prematura aumente. Además, al no estar protegidos, no tener sentido de orientación, estar alcoholizados, drogados o presentar alguna enfermedad mental se eleva el riesgo de tener un accidente.

La labor de los psicólogos, trabajadores sociales y personas interesadas es realmente llegar hasta este grupo, detectar necesidades, proponer estrategias e implementar planes de acciones que hagan que puedan retomar una vida digna, consigan un trabajo y, en caso de tener alguna enfermedad ya sea física o mental, puedan ser tratados. El hecho de que una persona esté en situación de calle no significa que se tenga que modificar su estatus ante la sociedad; sigue teniendo los mismos derechos, y puede llevar una vida digna con todo lo que esto implica.

La indiferencia social hacia los indigentes no solo perpetúa su situación, sino que también refleja una grave falla en nuestra humanidad colectiva. Cada persona en situación de calle merece ser vista y escuchada. La empatía y el compromiso son fundamentales para transformar las vidas de aquellos que han sido marginados. Debemos trabajar hacia la creación de políticas públicas inclusivas que proporcionen acceso a vivienda, salud, educación y empleo, permitiendo así que estas personas se reintegren a la sociedad y vivan con dignidad.

No podemos seguir permitiendo que la invisibilidad sea la norma para los más vulnerables. Debemos asumir la responsabilidad de crear un entorno donde todas las personas, independientemente de su situación actual, tengan la oportunidad de construir una vida mejor. En última instancia, la medida de una sociedad se refleja en cómo trata a sus miembros más débiles. Es hora de que Argentina y el mundo reconozcan la humanidad de los indigentes y trabajen juntos para asegurar que nadie sea dejado atrás.

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