A 23 años del fallecimiento de Domingo Zerpa, el poeta de la Puna
Un 20 de mayo de 1999, murió a la edad de 89 años el escritor, poeta y docente, Domingo Zerpa. En su obra nunca olvidó a su Runtuyoc natal, en Abra Pampa, lugar que lo inspiró para evocar y pintar con sus versos los paisajes de la Puna.
DOMINGO ZERPA
Un 20 de mayo de 1999, falleció en la ciudad de San Salvador de Jujuy, a la edad de 89 años, el inspirado y prestigioso poeta, escritor y docente, Domingo Zerpa.
Integró la revista Tarja, una de las máximas expresiones literarias del Noroeste Argentino, en la que escribió un grupo de importantes intelectuales de la región, como Manuel J. Castilla, Raúl Galán, Néstor Groppa, Jorge Calvetti, Héctor Tizón.
Puya Puya (1932), Ala de rosa, Alba de ceniza (1960), Blanca y celeste (1962), La Puna al son de las cajas y un ensayo sobre el habla rural de la Puna, fueron algunas de sus muchas producciones.
Profesor de historia y literatura, fue amigo de Julio Cortázar, quien prologó su libro Erques y cajas (1942).
Hombre de cultura clásica, confesaba que su intención no fue hacer poesía regional sino hasta el momento en que la gente, identificada con su obra, le hizo ver que estaba impregnada del desierto puneño y de la vida de su pueblo, marcada por la pobreza.
Tenía la típica figura del hombre del norte: era de piel cobriza, bajo, calmo, de andar y hablar pausados. Había nacido el 20 de diciembre de 1909 en Runtuyoc, un alejado paraje de Abra Pampa, en plena Puna jujeña.
Compartimos algunos de sus poemas:
LOS ARRIENDOS
Hace varios años,
señor tata cura,
que vengo escuchando
tu sermón de Pascua;
cada año la misma
procesión doliente,
y la misma queja
que se va del alma.
Cada año la tierra
desnuda y sedienta
nos quita el granero,
nos priva del agua;
y en la altiplanicie
pastores y arrieros
bebemos las gotas
piadosas de tu habla.
—Amados hermanos—
nos dices, sumiso.
—Amados hermanos:
tengamos paciencia,
recemos por todos
un Ave María,
roguemos al cielo
por nuestras haciendas.
Amados hermanos,
repiten los cerros,
como conmovidos
por nuestras plegarias;
hasta las estrellas
tiemblan más medrosas,
y la luna llena
se pone más blanca.
Hace varios años,
señor tata cura,
que vengo escuchando
tu sermón de Pascua;
cada año las mismas
gotas de mis ojos,
y la voz que triste
muere en mi garganta.
Mas hoy, ya no puedo
quedarme en silencio;
de adentro me dicen
que grite con ganas,
y adentro yo tengo,
señor tata cura,
mis padres ancianos,
mi esposa, mis guaguas.
Los otros, quién sabe,
tal vez no los tengan,
y si los tuviesen...
yo no digo nada;
sólo Dios, que es grande,
dirá si merecen
guardarles respeto,
mirarles la cara.
Ayer, por la tarde,
llegaron al rancho,
con botas lustrosas
y espuelas de plata;
a mi cacchicito,
que salió a torearlos,
de cuatro balazos
tiráronle antarca.
Apenas me pude
reponer del susto,
cuando me gritaron:
—¡Coya mala traza,
pagá los arriendos
si no quieres verte
más pobre que el diablo
que perdió las astas!
Y como temblando
yo les contestase:
—Perdón, por ahora,
me encuentro sin plata,
sin otros centavos
que estos brazos fuertes
que pueden servirles
para cualquier changa...
Los hombres de botas,
sin oír mis ruegos,
en cuatro minutos
quemaron mi casa...
Señor tata cura,
déme unos remedios
para estos guascazos
que tengo en la cara.
¡MALHAYA!
No vuelvo a mi casa,
pa qui vo’a volver
si sé que mi tata
me v’a sobar bien.
La máquina grande
del tren pasajero,
pitiando, pitiando,
dejó con sus ruedas
chancaus mis corderos,
blanqueando los güesos
encima la vía,
lo mismo que polvo
de harina cocida.
La lana con sangre,
con motas redondas;
no sirve siquiera
ni pa hacerse una honda,
ni pa’hilar en puisca
ni mismir en palo;
’ta pior que talega
comíu por gusanos…
¡Malhaya, los hombres
que han hecho tuito esto,
pa matar la hacienda
de los campos nuestros.
¡Malhaya, los gringos!
Pero y’han di ver
si no soy guapa
pa voltearlo al tren:
le pongo estas piegras
encima la vía,
y caye antarquita…
la panza p’ arriba.
DE BALDE
Si yo te contara
no habías de creyer,
de cómo de macho
m’hei güelto mujer,
de cómo estos ñiervos
de runa atrevido,
en vez de estirarse
se han hecho un ovillo,
cuando a rempujones
me sacó tu tata,
dejando sus manos
marcaus en mi cara.
Si ¡pucha! yo digo
lo que es el amor,
capaz de hacer agua
del mejor alcohol.
Si ya me volvía
con los brazos tiesos…
cuando tu retrato
se prendió en mi pecho.
El era tu pagre;
no habiá que tocarlo.
(Al dueño de tu alma,
cuchillo de palo.)
Bajé la cabeza
como un pagre guajcho,
m’inqué de rodillas,
le pedí llorando;
le hablé d’estas manos,
d’estas manos rudas;
d’esta frente humilde
tostao por el fuego
del sol de la Puna.
Pero ha siu de balde,
¡de balde! mi ñata.
Habiá siu de piegras
el pecho e tu tata.
De balde, mi vida,
que los ojos míos
hayan dau di pena
más agua que el río.
De balde mi boca
si’a hecho boca’í cura,
y a largao palabras
llenas de amargura.
¡De balde!... ¡De balde!
Si ¡pucha! yo digo:
pa qué sería pobre,
pa qué sería indio…
Pero eso no importa,
noviecita’e mi alma
qui al amor del indio,
ni el frío, ni el cerro,
ni el huaira lo ataja.
Tomá mi pañuelo,
secá tus pestañas,
qu’esas gotas, prienda,
son huaicas del alma.
Tomá mi rebenque,
mi poncho, mi manta…
¡Vámonos juyendo
por las huellas largas!
Vámonos juyendo
que la virgencita
de Punta Corral,
con las dos velitas
de su cara blanca,
nos ha’i alumbrar.
JUJEÑITA
Abajeña linda,
carita rosada,
mujer de las melgas,
paloma del Zapla.
batita celeste,
sombrerito ‘i paja,
pañuelo de seda,
zarcillos de plata.
Un día de ferias,
bailando en las carpas,
me miraste tanto
después de una zamba,
que desde esa tarde,
jujeñita guapa,
pa mi no pasaron
las ferias de Pascua.
Por eso me’i güelto
con ochenta cargas
a cambiar tus ojos
por lo que quisiera
dármelos tu tata.
Traigo en mis burritos
mil kilos de lana,
cuarenta picotes
y un almud de grasa,
barracanes finos,
chalonas y papas,
sombreros alones
de purita alpaca.
Pero por si acaso
no afloje tu mama,
le traigo dos onzas
de pepitas de oro
de la Rinconada.
Y si con todo esto
todavía se trancan,
tengo un macho zaino
de correr guanacos
pa echarte a las ancas.
Abajeña linda,
carita rosada
como las arenas
que amontona el huaira.
Mujer de las melgas,
paloma del Zapla,
te ofrezco mi pecho
como un oratorio
llenito de guaicas.
Te ofrezco mi tierra
con sus llanos anchos
y sus peñas largas,
mis cerros azules
cubiertos de puyas,
perfumaos con salvias.
Te ofrezco mi choza
guaillada con iros,
pircada con champas;
te doy, como a nadie,
los blancos corderos
del corral de mi alma.
Vamos, jujeñita,
que ya tengo lista
la yegua ensillada;
vendremos cada año,
pa cuando haiga ferias,
con muchas petacas.
Y entonces, bailando
de nuevo una zamba,
las mozas solteras
que se te reían
lloraran de rabia.
Vamos, jujeñita,
ramito de albahaca,
mi magre te espera:
la Puna callada.
la Puna tristona,
desnuda, lejana,
que esta en las alturas
como nuestra Virgen
de la Candelaria.
Abajeña linda,
carita rosada.
Mujer de las melgas,
paloma del Zapla,
un día, en las ferias,
bailando una zamba,
se quedo mi vida
de tras de tus ojos
cercaos de pestañas.