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"La calle", de Néstor Groppa

Compartimos un poema de Néstor Groppa que describe la calle como un lugar colmado de historias.

NÉSTOR GROPPA

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Néstor Groppa nació en 1928 en Laborde, Córdoba, y falleció el 4 de mayo de 2011 en San Salvador de Jujuy. Vivió la mayor parte de su vida en Jujuy.

Poeta, periodista, fotógrafo y editor. Fundador y codirector en los años 50 de la revista literaria Tarja. Algunos de sus libros son: Romance del tipógrafo (1959), En el tiempo labrador (1966, Faja de honor de la SADE), Carta terrestre y catálogo de estrellas fugaces (1973), Libro de ondas (2000) y Volverá el mar... y se irá como entonces (2010).

La calle

Hay que andar.

Y andar mucho.

Se aprende a leer la calle.

Desde el pringoso puesto de sándwiches y panchitos.

El carro hechizo de yerbas medicinales de "sierra, mar y Andes",

y su dueño que siempre lee un cuaderno naturista.

Andando se lee en la cara de la gente hacia dónde va.

Qué lleva para su casa

Interminable es la calle.

Es un libro del que todos los días se escribe una página. Al que

todos los días se le agrega una página.

Dicen que la calle también enseña.

Que hay maestros viboreros y cafeteros y canasteros y paragüeros

y diareros.

Maestros de artes y oficios imponderables.

Maestros pálidos de magia.

Por eso es linda la calle, porque no acaba nunca.

Suele llevar nombre de prócer.

Suele vivir en el centro o en las villas con un solo grifo de agua

para decenas de familias.

Suele dar a los caminos, que son calles mayores.

Y saben historias de calles.

Historias de carritos, de sirvientas, de parejas, de manifestaciones,

de barricadas, de perreras, de basurales, de lecheros y repartidores

de gas y gaseosas. También historias de guerras, como aquí la

Belgrano, la Alvear, la Sarmiento...

De noche también la calle descansa con su velador esquinero.

Los ángeles se sientan contemplativos en las cornisas, en los

umbrales y en los alféizares.

Los negocios duermen.

Descansan los vecinos.

Los minutos corren de una punta a la otra.

Entonces algún perro ladra el irse de las campanadas. Y lo apunta

en su libreta de perro.

Ladra, cuenta una historia de esa calle (mal contada, por

supuesto).

Y la calle se hace del mismo color del cielo, nada más que con

letreros en vez de estrellas.

Entonces, el hombre, amedrentado por tanto mundo mágico,

piensa en el mundo, en el hombre de las otras calles.

Y siente que la calle lo une.

El corazón antiguo de la calle. Su sin tiempo.

Lo sin techo de la calle.

El paso.

Lo que pasa. Acontece. Sucede.

El estar viendo a la vida caminar como a una persona que entra

en alguna parte. Y muere.

Así se suele hermanar el hombre: en la vereda. De casualidad.

Encontrado.

En la vereda todavía múltiple y una.

La vereda, que es la calle de conversar.

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