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Correntino compró un castillo en ruinas en Francia, lo restauró y lo convirtió en su hogar

La vida de Oscar es como la de un cuento de hadas.

  • De estudiar arquitectura, pasó al diseño y un día dejó todo para formar una familia.
  • Se casó con Jeffrey y adoptó a tres hermanitos ingleses. Hoy su espectacular casa es también una fuente de ingreso y sueña con un ambicioso proyecto.

Cerca del año 1500, un mosquetero construyó un inmenso castillo en el Valle del Loira, Francia. El lugar, ubicado en medio del tranquilo campo francés, lleno de flores, mariposas y ese aire a película romántica, fue hogar de muchas personas y en él hubo celebraciones y tragedias. Sin embargo, permaneció abandonado durante muchos, muchísimos años. El inicio de aquel edificio imponente ya no era lo que se había construido, pero como en un cuento de hadas, un día estacionaron el carruaje un correntino extrovertido, su marido y tres mosqueteritos que formaban una escalerita y la magia se reavivó.

Oscar Rinaldi es argentino, nació a 10.000 kilómetros de Francia, más precisamente en Goya, provincia de Corrientes. Se crió allí y cuando cumplió los 18 años decidió viajar a Buenos Aires para estudiar arquitectura. Sin embargo, en el camino algo cambió y su vida dio un vuelco inesperado.

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De repente tiró todo por la borda. Quiso comenzar diseño de moda en Milán y estaba muy enfocado en eso. Sabía que su vida estaba en otro lado, con otros proyectos e iniciando realmente algo que le gustaba. Pero no contaba con que iba a llegar un principe yankee, que en vez de un blanco corcel arribó en una sala de chat y conquistó su corazón.

A partir de entonces todo cambió. Se mudó, se dedicó a la moda y tiempo más tarde tuvo hasta su propia sastrería en Londres. Pero la vida le tenía preparado algo más grande. Un día el sueño de la gran familia lo golpeó de frente y decidió ir en busca de él. En el medio apareció un deseo inesperado.

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La pareja ya tenía una hermosa casa en la capital inglesa, sin embargo un cambio de vida requería, también, uno de locación. Y esta vez el lugar era el menos pensado: el Chateau de Belebat, un castillo de verdad. Fue así cómo esta familia empacó todo, dejó la coqueta vida en una de las ciudades más lindas del mundo y comenzó una nueva en un edificio en ruinas, pero digna de un cuento de Disney.

El inicio de la historia

Ese verano de 2006 Oscar conoció a Jeffrey, un joven estadounidense que estaba de vacaciones en Buenos Aires, a través de una sala de chat. La conversación fue fluyendo hasta que decidieron ir a almorzar. “Nos llevamos muy bien y la pasamos bárbaro. A mi me gustó porque me llegaba de una manera diferente y me hizo sentir especial”, dijo Oscar en diálogo con TN.

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Jeff, como le dice de manera cariñosa, se quedó unos días más y en ese tiempo aprovecharon para conocerse hasta que él tuvo que retornar a su país y el joven correntino se fue a pasar unos días a la casa de sus padres en Goya. Allí comenzó la travesía: tenía que decirle a su mamá que iba a dejar la carrera en la UBA para dedicarse al diseño de moda y encima en Italia. En el medio de esta situación, suena el teléfono de la casa. De alguna forma y llamando al amigo, del amigo, del amigo, Jeff lo había encontrado.

“Me dijo que le encantaría volver a verme y me preguntó si yo lo recibía en tal caso. Yo pensé que era un chiste, y agrandadísimo, le dije ‘mirá, yo vivo acá, si estoy, estoy, sino otro día”, contó entre risas.

Después de ese comentario, que parecía que quedaba en la nada, una tarde le golpeó la puerta. “A los 10 días tocan el timbre y era él. No lo podía creer. Alquiló un departamento por dos semanas y me dijo ‘¿por qué no te mudas conmigo y vemos si funciona?’, y yo le dije claro que sí, ¡si es lo más lógico que existe en el universo!”, rememoró divertido sobre la insólita decisión que tomó a solo pocos días de conocerse.

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Esas dos semanas fueron mágicas y parecía que la relación estaba más que encaminada. Es por eso que un día llegó la propuesta. Jeff quería que Oscar lo acompañe a Nueva York y probar si el vínculo realmente iba en serio. Pero el correntino estaba más que convencido de que se quería ir a Milán a estudiar diseño.

Luego de muchas dudas, decidieron hacer un viaje para conocerse más y en el caso de que las cosas no funcionen Oscar se iba Milán directamente y Jeff retornaba a su país. “Viajamos un mes. Llegué a la Argentina y empaqué mis cosas. Le conté lo que iba a hacer a la madre de una amiga y no lo podía creer. De ahí nunca mas volví a vivir allá”, recordó el protagonista del cuento.

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“Nos mudamos a Nueva York y nos casamos. Después nos mudamos a Londres. Nunca fui a Milán, no puse pie en Milán”, dijo entre risas. “Hice diseño en Londres al final y tuve una vida muy linda”, siguió.

El nudo

Cuando ya llevaban siete años de casados surgió la idea de tener hijos. Oscar estaba seguro que quería una familia numerosa y que le gustaría hacerlo mediante la adopción, pero Jeff no estaba muy de acuerdo con la situación. El tema estaba en la charla cotidiana, hasta que un día decidieron hacer un crucero y allí había una pareja que había adoptado a dos chicos. Se hicieron muy amigos y fueron ellos quienes despertaron el amor que Jeff tenía oculto. A la vuelta surgió la pregunta: “¿Y si probamos el tema de la adopción?”.

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“Volvimos a Londres y fuimos directo a empezar los papeles. Primero teníamos que hacer un taller y después te aprueba un panel como posible padre adoptador. Pasamos ocho meses de esto y nos aprobaron. Ahí dijimos que queríamos una familia numerosa”, contó Oscar.

La asistente social le ofreció buscar un grupo de tres chiquitos de entre 0 y 7 años. Pero con el paso del tiempo las cosas fueron cayendo. Pasó un año y medio y no había novedades. “Yo había dejado mi carrera. Hacía sastrería en Londres, pero decidí no continuar para quedarme en casa con los chicos. Había puesto toda mi energía en eso, pero no se daba”, resaltó.

Ya sin tantas esperanzas, la pareja decidió juntar sus ropas y salir de viaje. Se fueron a Francia, más precisamente a el Valle del Loira. “En el camino pasamos por un campo muy lindo, de boutique casi, todo muy Barbie, con viñedos que llegan a la ruta. Pasamos y vimos que había una casa. Sacamos fotos, dijimos qué lindo, qué suerte que tiene esta gente y nos fuimos. Jeff, que es lo mas bueno que existe, me dice ‘eso podemos hacer, comprar algo acá. Sería algo que a vos te distraería y podríamos usar la casa de vacaciones. Y cuando no la usamos la podemos poner en airbnb’”, le respondió.

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La charla siguió, continuaron su camino hasta que en un momento vieron un castillo enorme, muy pintoresco. “Cruzamos un puente y le digo a Jeff: ‘es mi lugar en el mundo, yo quiero morir acá'. Llegamos a la casa de unos amigos y nos pusimos a ver cuánto podía costar una casita y nos dimos cuenta de que los precios eran muchísimo más accesibles de lo que pensábamos”, precisó.

En septiembre de 2015 fueron a recorrer 15 casas, pero ninguna los convencía hasta que el agente inmobiliario les dijo que quería ofrecerles algo distinto, por fuera del presupuesto que tenían, pero que les podía gustar. Así los llevó a ver un castillo en el medio del pueblo. “Todo era muy de película, nos fascinaba. Entramos, empezamos a caminar y pensamos en si cambiábamos el plan de tener una casita de vacaciones y la convertíamos en un super negocio”.

Decidieron darle para adelante y pedir un préstamo para comprar un castillo, aún sin saber cuál. Pero ni el banco de Estados Unidos, ni el de Londres, ni el francés lo aceptaron por temor. El lugar necesitaba mucho, muchísimo trabajo y nada les garantizaba a las entidades financieras que se iba a concluir el proyecto.

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De esta manera concluyeron que lo mejor sería pagar en efectivo con lo que tenían. Se tomaron un tiempo, viajaron a Buenos Aires y en ese momento llegó el mail de la inmobiliaria de que habían aceptado la oferta. “Yo pensé: no tenemos puerta, ni electricidad, pero tenemos castillo”, rememoró Oscar entre risas. Una vez en Argentina emprendieron rumbo a Santiago de Chile para continuar con el viaje, pero otro mail interrumpió las vacaciones. “Era la asistente social que nos decía que había un grupo de nenes que quería conocernos”. “Ahí dijimos, ¡nos volvemos mañana!”, contó con entusiasmo.

Desde ese momento hubo muchas complicaciones con la adopción a tal punto que tuvieron que poner en pausa el proyecto del castillo y aunque estuvieron a nada de rendirse un día se dio el milagro y ese año llegaron a sus vidas tres hermanitos de 1, 2 y 3 años.

Y desenlace: adopción, al fin el castillo y colorín colorado...

Con el pasar de los meses ya eran una familia. Se concretó la adopción de Roman, Leighton y James y luego de juntar moneda, euro, peso, dolar, libra esterlina llamaron nuevamente a la dueña del castillo para realizar la operación. “Estábamos celebrando a orillas del río, ya se iba a concretar y cuando me atiende el teléfono me dijo que se la vendió a otro. Ahí lloramos porque todo se había caído, pero no pasó una semana que nos llama el agente de la inmobiliaria y nos dice ‘se cayó la venta, la casa es tuya’. Pero yo, enojado, lo mandé a la mierda”, recordó muy tentando Oscar.

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“A los días me llamó otra vez y me dijo: ‘La casa sigue a la venta, ¿porqué no dejás tu orgullo a un lado?, ya tenés tus hijos, comprá la casa. Tenés los planos hechos y hasta el logo’”, recordó el correntino sobre la conversación que tuvo con el empleado. “Jeff no estaba y tuve que negociar solo. Le dije ‘mirá, esto es lo que tengo en el banco’ y le bajé el precio un 10% pensando que nos diría que no. Pese a todo, a las dos horas llama y nos dicen ‘aceptamos tu oferta’”, agregó. Entre el castillo y la granja que compraron a los dos años de instalarse finalmente gastaron un total de 700.000 euros.

Y al poco tiempo, cuando se concretó la adopción plena de los nenes, emprendieron viaje a su final feliz... o algo así. Quizás, en realidad, el cuento recién comenzaba.

“Empezó la refacción de la casa del casero en agosto. En septiembre Leighton y Roman empezaron la escuela, pero aún no hablaban el idioma. Increiblemente y pese a lo que nos decía la asistente social, en diciembre los dos hablaban inglés y se defendían en francés”, contó Oscar. “Si bien era el comienzo de la refundación del castillo, ya era un hogar”. Hoy el Chateau de Belebat está remodelado en gran parte, y cuenta con una decoración moderna, pero adaptada al estilo de la época, y un inmenso jardín donde los chicos corren y se divierten. Además cuenta con la granja con sus animales y un hermoso viñedo.

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“Hasta este verano nuestro enfoque estaba en las casas, en las dependencias. Arreglamos cinco para airbnb y eso nos ayuda para ir pagando los arreglos”, explicó y agregó que la estadía en una de las casitas cuesta entre 160 y 250 euros la noche con un mínimo de 2 noches. “Ahí se fue todo nuestro capital, y en la infraestructura. No teníamos gas, luz, agua, había que ponerle todo”, precisó.

Sobre el final, Oscar miró hacia atrás y aquellos escombros que se caían y las paredes viejas, azotadas por un antiguo incendio, habían quedado lejos. “Ese fue nuestro trabajo, y ahora llegó el momento de descansar un poco y seguir por el castillo. En dos semanas vienen las primeras puertas así que ahora nuestra vida está centrada en armar una estructura que nos permita hacer lo que estamos por hacer ahora: vivir”.

... este cuento se ha terminado.

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FUENTE: TN

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