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La pobreza como endemia

La cifra de pobreza refleja un problema estructural de la Argentina: en los últimos 30 años la pobreza nunca pudo bajar del piso de 25%. El fracaso es más dramático al contrastarlo con las experiencias del resto del mundo y la región.

Mientras que la pobreza por ingresos en la Argentina es similar a la de hace 30 años, en el mundo en desarrollo la pobreza se ha reducido en un 25% y en América Latina la caída ronda el 45%.

Al mismo tiempo, detrás de estas cifras está no sólo la problemática de la caída a la pobreza de los sectores medios, sino también la profundización de la pobreza de los sectores más pobres, donde inclusive los programas sociales dejaron de ser un colchón, ahora son solo importante para el que no tiene nada, pero absolutamente insuficientes, agravados por el uso político electoral que le dan los gobiernos y algunas organizaciones sociales.

A lo mejor parece algo sin sentido. La cuestión es que para el gobierno, tanto nacional como provincial y según sus propias estadísticas haya menos pobres, pero la realidad es que cada día que pasa estamos más pobres.

Para entender esta conclusión a simple vista disparatada, hay que tener en cuenta que no todos los pobres son iguales.

Por un lado, están los llamados pobres estructurales. Son aquellos con necesidades básicas insatisfechas, que habitan viviendas de muy baja calidad o en condiciones de hacinamiento, sin servicios sanitarios mínimos y que además poseen ingresos ínfimos y algún hijo que no accede a la educación.

Por otro lado, están los pobres por ingreso. Son aquellos que posiblemente tengan una vivienda digna y cuyos hijos concurren regularmente a la escuela, pero cuyos ingresos no les resultan suficientes para vivir en forma mínimamente digna.

¿Por qué es posible que haya menos pobres pero, al mismo tiempo, la mayoría sea cada vez más pobre?

Según las estadísticas oficiales el porcentaje de pobres estructurales no ha aumentado y según dicen podría tender a disminuir. Pero, al mismo tiempo, los pobres por ingreso se encuentran en franco crecimiento en los tres últimos años.

Dentro de esta última categoría se encuentran los denominados nuevos pobres, que no son otros que los sectores de la célebre clase media, para muchos una especie en vías de extinción.

Desde el Gobierno se señala que la situación es mucho mejor que en los años de pandemia.

El empobrecimiento de la clase media tiene que ver básicamente con el auge del desempleo, y con la baja en las remuneraciones.

Hablan de crecimiento, en Jujuy hablan de cambio de la matriz productiva, sin embargo, nada alcanza a generar el número de puestos de trabajo necesarios para albergar a quienes, año a año, se incorporan al mercado laboral.

Esta situación se ha visto agravada porque, para hacer frente a las necesidades, se ha incrementado notablemente la cantidad de mujeres y jóvenes que buscan trabajo.

Son muchos los indicadores de la pauperización de los sectores medios. Por ejemplo, ha crecido el número de padres que se vieron obligados a retirar a sus hijos de colegios privados para mandarlos a uno estatal y, entre los autónomos, aumentó el porcentaje de familias que deben recurrir al hospital público al no poder financiar un servicio de medicina prepaga.

Hay estadísticas que reflejan que hasta no hace mucho tiempo atrás, tres cuartas partes de la clase media eran asalariados y sólo un cuarto, autónomos. Hoy esa relación cambió sensiblemente en detrimento de los asalariados.

Antiguos "privilegios", como tener empleada domestica por horas y pagar la cuota social de un club también han desaparecido para los nuevos pobres.

Es llamativo también que hijos que en otras épocas se hubieran ido a vivir solos, hoy permanecen en el hogar de sus padres, como una consecuencia de los reacomodamientos familiares que genera el empobrecimiento de la clase media. La tendencia es complicada y las soluciones parecen distantes.

La inestabilidad laboral es, para algunos especialistas, un fenómeno que vino para quedarse. Pero el primer remedio de parte del Gobierno es no negarse a reconocer el problema y creer que la salida es un Indec a medida de sus necesidades electorales.

Mientras tanto, la clase media día a día ve cómo se esfuma una de sus más añoradas conquistas: la de transitar la vida en términos de proyecto. Todo es cambiante en la economía argentina, salvo los problemas estructurales, que se mantienen inmutables.

Una vez más es evidente que los relatos gubernamentales triunfalistas no fundados en diagnósticos acertados ni en acuerdos sociales estratégicos no nos llevan a buen puerto.

No sirve el relato ni los pretendidos golpes de efecto para salir de la crisis, ni tampoco para evitarlas, ni mucho menos para resolver los problemas de fondo que las generan. La sociedad jujeña viene hace mucho atravesada por privaciones crónicas en materia de recursos, funcionamientos y capacidades de desarrollo humano e integración.

El problema es que las deudas sociales se vienen concentrando tras décadas de fracasos acumulados, y con cada gobierno se genera una nueva crisis o recesión y la pobreza estructural y las desigualdades sociales se hacen más hondas. La estructura social no solo es más pobre sino también más profundamente desigual que una, dos o tres décadas atrás.

En la actual coyuntura también hay una élite ganadora, los sectores directamente vinculados al poder político.

En realidad, es el campo político el que no los ha convocado ni motivado a contribuir activamente en función de un proyecto distinto de provincia.

La demanda es clara, son necesarias políticas de crecimiento en el marco de acuerdos políticos estratégicos, incluso para poder encarar reformas estructurales que hagan más eficiente, sostenible y equilibrado el crecimiento y los procesos redistributivos que dicho proceso requiere.

En cualquier caso, en una sociedad estructuralmente rentista, estancada y empobrecida, no son justamente los pobres ni los trabajadores o clases medias vulnerables los que deben ni pueden seguir siendo las víctimas expiatorias de avaricia políticas.

Pero a pesar de todo nuestro régimen democrático muestra sus mejores virtudes en momentos críticos. Algo que debemos valorar, y que no es poco. Al menos nos permite enfrentar la emergencia con algunas armas. Sin embargo, cabe advertirlo, estos recursos pueden no llegar a ser suficientes, en especial si apuntamos a no repetir errores y a dar un verdadero giro histórico a nuestro derrotero. Para tal efecto, debería entrar en escena un innovador diálogo económico, político, social y científico.

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