La sociedad argentina está al borde del quiebre emocional. Sus conductas y reacciones se vuelven cada vez más impredecibles. Despojada del imaginario de futuro y de los sueños y proyectos, la sociedad argentina experimenta una sensación colectiva de dolor y sensibilidad extrema. Los jóvenes se lamentan diciendo que serán la generación que no tendrá nada.
El mito de la dicotomía social en Argentina
Un trabajo publicado por Guillermo Oliveto, da cuenta que a pesar de las periódicas crisis económicas y sociales, en 2022 todavía el 45% de los hogares del país eran de clase media.
Lo concreto es que en el discurso público y político argentino, es común escuchar una narrativa binaria que divide a la sociedad en dos grupos antagónicos: los ricos y los pobres, la elite y el pueblo, "los chetos" y "los populares" . Esta división simplista no solo está cargada de ideología, sino que también oculta una falsedad. La realidad social argentina es mucho más compleja y diversa de lo que esta narrativa intenta retratar.
Al centrarse únicamente en esta dicotomía, se menosprecia un sector social fundamental para comprender la idiosincrasia del país: la clase media. Golpeada, empobrecida, agobiada y enojada, la sociedad argentina todavía se identifica en gran medida como una sociedad de clase media. A pesar de las recurrentes crisis económicas y sociales, en 2022 aproximadamente el 45% de los hogares del país pertenecen a la clase media, según su nivel educativo y laboral. Este porcentaje se encuentra entre los más altos de la región, junto con Uruguay y Costa Rica.
La clase media argentina es una construcción simbólica, un lugar de llegada y pertenencia. Es una fuente de identidad, una aspiración, un sueño, una ilusión y una razón de ser. Es una luz en medio de la oscuridad de una sociedad golpeada y maltratada. La clase media es, sobre todo, una historia.
Hoy la mayoría de la clase media argentina se encuentra en un nivel socioeconómico bajo, caracterizado por una situación de supervivencia. Sus ingresos familiares apenas superan los US$600 al cierre de 2021, medidos al valor del dólar blue. Sin embargo, esta situación precaria no implica que pierda los valores y la identidad estructural que la definen, aunque sí explica en parte su desazón y malestar.
Incluso en la clase media alta, las cosas no son necesariamente un festín. Si bien los ingresos familiares promedio son de $250,000 por hogar al cierre del año pasado, equivalentes a 1250 dólares blue, también enfrentan desafíos y preocupaciones propias de su estatus social.
Sin embargo, las perspectivas económicas no son alentadoras. Los pronósticos indican una inflación anual del 126% para 2023 y una contracción económica del 3%. Ante esta situación límite, los argentinos se refugian en el espíritu gregario, abrazándose unos a otros para contagiarse de energía y preparándose para enfrentar las adversidades por venir.
La clase media se caracteriza por su sana ambición y su capacidad de movilidad social ascendente. Su emergencia es el resultado de un deseo cumplido, ya sea por ellos mismos, sus padres o sus abuelos.
Este logro se considera una gesta arraigada en la memoria colectiva, lo cual condiciona profundamente a sus miembros. La clase media sueña, pero también teme, pues su posición es siempre intermedia, aspirando a un estadio superior pero temiendo regresar al origen.
A medida que se consolida en la estructura social, la clase media tiende a volverse conservadora. Aunque puede ser tentada por nuevas oportunidades de movilidad ascendente cuando el entorno es favorable, se vuelve profundamente reactiva cuando se siente amenazada. Para aquellos que han logrado llegar a la clase media, no hay peor fantasma que la posibilidad de regresar a la pobreza.
La clase media argentina a menudo es retratada desde la izquierda como un conjunto egoísta, narcisista y endogámico, desentendido del destino colectivo. Sin embargo, esta mirada distorsionada tiene raíces históricas y no refleja la realidad. La clase media no fue un invento de la élite conservadora, sino una fuerza ascendente y creciente que ha moldeado tanto un territorio físico como simbólico.
Paradójicamente, la clase media es poco criticada por las clases bajas. A diferencia de la mirada ideológica que concibe una estructura social binaria, aquellos que viven en la pobreza extrema ven en la pobreza no extrema un primer punto de llegada lógico y atractivo. Además, para aquellos que han dado el primer paso hacia la movilidad ascendente, el anhelo de pasar de la pobreza no extrema a los sectores medios moviliza sus emociones y esfuerzos, ya sea para ellos mismos o para las futuras generaciones.
La clase media no considera a las costumbres burguesas como un enemigo o una amenaza, sino como un destino deseado. Su crecimiento es una bendición para los países, ya que su impulso eleva el nivel de vida de toda la sociedad y busca un nuevo equilibrio social nivelando hacia arriba. La ambición de la clase media se canaliza a través del trabajo, el único medio que consideran legítimo para ganar dinero. Aprovechan todas las oportunidades y atajos que encuentran en el camino, aprovechando los recursos y servicios que el Estado proporciona, desde la educación y la salud hasta pequeños beneficios que aumentan su poder adquisitivo, como planes de incentivo al consumo, créditos o exenciones impositivas.
El camino hacia la clase media es arduo y exigente, y una vez alcanzado, comienza a generar complejidades. Cada logro se convierte en un tesoro que debe cuidarse y preservarse, tanto desde el punto de vista simbólico como de seguridad. La clase media siente que mientras se mantenga en ese estatus, podrá enfrentar las dificultades que el contexto pueda presentar.
Los integrantes de la clase media pueden tolerar crisis económicas, recesiones, ajustes y momentos de austeridad, pero siempre hay un límite. Este límite es difícil de calcular de antemano. En diferentes países en los últimos años, la falta de empleo, la creciente inflación y la consiguiente pérdida de poder adquisitivo, los aumentos en el transporte público, los servicios energéticos, los alimentos o los combustibles han despertado un tsunami de malestar social que ha sorprendido a los gobiernos de turno.
Si hay un límite claro y concreto para la clase media, es la violación de la propiedad privada. No importa cuánto tengan, ya sea un pequeño comercio, una bicicleta, un teléfono celular, un auto, una casa o un terreno. El lema que podría sintetizar la idiosincrasia de la clase media es "no me toquen lo mío". Cualquier gobierno o institución que decida avanzar sobre ese terreno "quema las naves" y rompe el vínculo irreparablemente.
En términos de consumo, la clase media es profundamente aspiracional y valora el consumo como un indicador de su posición social. Los objetos se convierten en señales de solidez y ordenadores que transmiten mensajes críticos sin necesidad de palabras. Cuando una marca logra interpelar la identidad de clase, las ventas crecen exponencialmente. Los productos que se consideran "imprescindibles", como ciertos jeans, teléfonos celulares, viajes o restaurantes, pasan a formar parte de lo que se considera "incalculable", ya que trascienden lo obvio y lineal.
En estos casos, el consumidor de clase media está dispuesto a gastar más de lo que puede, ya que su sentido de pertenencia está en juego. Si bien puede ser austero en otros aspectos, este consumidor ha aprendido a elegir cuidadosamente en un contexto en el que los deseos siempre superan las posibilidades.
Para la política y las marcas, la clase media es exigente, crítica y poco paciente. Busca una calidad de vida "razonable" o "vivir bien", conceptos subjetivos y relativos pero determinantes para su estado de ánimo y toma de decisiones. Premia con su apoyo y adhesión a quienes entienden sus necesidades y problemas, les brindan placeres y les otorgan seguridad. Sin embargo, también se decepciona y se enoja cuando la ecuación entre lo que desea y lo que puede, o entre lo que paga y lo que recibe, se desequilibra demasiado.
Arruinar a la clase media es considerado uno de los actos más peligrosos para cualquier régimen u orden social, como afirmó el economista francés Jaques Attali en 2015. La clase media argentina, golpeada pero con una identidad arraigada, desempeña un papel fundamental en la estructura social del país. Dividir a los argentinos en términos binarios de ricos y pobres, elite y pueblo, chetos y populares, no refleja la realidad y menosprecia el papel crítico de la clase media en la sociedad. La clase media argentina es una fuerza impulsora que busca movilidad ascendente, trabaja arduamente y valora su posición, defendiendo su propiedad privada y aspirando a una vida mejor. Su crecimiento beneficia a todo el país y, por lo tanto, es fundamental comprender y atender sus necesidades y aspiraciones.
La defensa de la identidad de clase media se convierte en la última línea de resistencia para evitar la ruptura definitiva de la sociedad.