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Los Barrios, sexta parte

 

LEDESMA

 

La poeta Yedelmira Rosario Viltes en una lírica descripción nos habla de su lugar, Ledesma. Sus conciertos hechos de campanas y sirenas se tejen en su mente y en su corazón. Presencias y ausencias se tejen en el recuerdo y en el presente.  Amor por el terruño, siempre. Gracias, Yedelmira.

 

 

LEDESMA Y SUS CONCIERTOS

 

Ledesma, mi lugar en el mundo, tiene dos conciertos diarios, ya están  incorporados  a nuestras vidas. Al más sensible o con algunos añitos sobre la espalda, lo conmueve hasta las lágrimas. Ellos son: las campanas de la iglesia y la sirena de la fábrica de azúcar.

Las campanas del Rosario, suelen ejecutar la canción más bella en los atardeceres del pueblo. El compás y el movimiento de la mitad del campanario sosiegan el alma, y las cuatro juntas, vibrantes echan a volar anunciando un Año Nuevo. Esa noche y por única vez, se une la sirena de la fábrica. Cuando parecen detenerse, la más pequeña reinicia el concierto y contagia a las otras, para recibir alegremente un año de paz. Muchos, entre abrazos, vamos recordando a los que ya no están para el brindis.

A veces, creí  escuchar en otros lugares, el sonido azul y penetrante de las campanas de la iglesia de mi pueblo, y no soy la única…  

El concierto más complicado es el de la sirena o pito de la fábrica. Tiene tantos mensajes… hay que saber interpretarlos. Nuestros abuelos salían a la puerta y poblaban las veredas cuando sonaba ”el pito de la fábrica”, fuera de horario.

La sirena de todos los días tiene un sonido peculiar, señala el principio y el final de una jornada de trabajo. Hace años, se acoplaban los pitos y chisperíos de las chorbas, que con la sirena viajera huían por el valle, saltando sobre arboledas y mares de caña.

La sirena de inicio de zafra es conmovedora y alegre. Es un canto al trabajo en medio del movimiento humano, las maquinarias y  los rostros serios y expectantes. Por mi corazón, veo partir o regresar de la fábrica a mi padre, envuelto en una bufanda gris y peluda, que con tanto amor le había tejido mi madre. Cuando se aleja, la sirena feliz sigue su recorrido de dulzura y esperanza…

La sirena de fin de zafra es tristísima, solloza largo y persistente y cuando parece que termina el sufrimiento, reinicia su lamento con más fuerza y potencia.  A la distancia, creo escuchar el acompañamiento de las chorbas, en un interminable llanto de vapores calientes.

Los abuelos lloran en silencio, nosotros con un nudo en el pecho vamos por el mismo camino. Ella, sigue su vuelo por el cielo desmelenada, se arrastra por la arena, entre las piedras, de río a río. Cuando puede, regresa como un viento huracanado y brama sobre las chimeneas y el caserío; va tan ciega y veloz  que se estrella sobre el paredón del Calilegua, quien la devora y no regresa.

A partir de ese fatídico momento, las astillas del silencio vuelan sobre el valle y las lomas de mi pueblo, hasta el año próximo.

 

 

                                                                       Yedelmira Rosario Viltes de Noguera

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