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David Slodky y un significativo ensayo sobre Jacobo Regen



El escritor y psicólogo salteño David Slodky Kafkale nos ofrece este significativo ensayo sobre un poeta a quien quiso y admira, en el aniversario de su partida, y nos dice, él se fue pero queda su obra. Nos referimos a Jacobo Regen.



JACOBO REGEN. UN REGALO DE REYES

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Jacobo Regen.


"...Jacobo Regen. Un grande poeta salteño que, al decir de muchos, es la voz lírica más representativa de su generación, en el país”. D.S.



En Salta hay un ángel. Un ángel que se desliza por sus calles, que está casi siempre despierto en sus noches, que crea belleza, constantemente, dolorosamente.

A veces es un ángel espléndido, refulgente. A veces es un ángel caído, abatido. Pero siempre es un ángel.

Es un ángel poeta. Es Jacobo Regen. Un grande poeta salteño que, al decir de muchos, es la voz lírica más representativa de su generación, en el país.

Franz Kafka escribió alguna vez: "Cualquiera que no pueda arreglárselas con la vida mientras está vivo, necesita una mano para apartar la desesperación sobre su destino, pero con la otra mano puede apuntar aquello que ve entre las ruinas, pues ve más y diferentes cosas que los demás. Después de todo, está muerto durante su propia vida y es el real sobreviviente". Al leerlas, pensé en Kafka, pensé en Poe, pensé en Regen.

El poeta salteño Walter Adet, escribió en El escudo de Dios (1971) algunas de las páginas más certeras, delicadas y estremecedoras referidas a la vida y la obra de Jacobo.

“(…) Su voz sigue siendo la misma, transparente, de sus primeras elegías y canciones.

Una voz sin parientes literarias y levantada como un grande y atmosférico acontecimiento en este pueblo de aguerrida geografía.

Ojos de pez para la poesía, siempre abiertos, y negándose de por vida a convalecer de su dolencia. Poemas que tienen mucho de plegaria mental en su fecunda brevedad y ese poder de concentración que encontró Emerson en todo arte verdadero.

No la potencia de la locuacidad, de padres propensos a poblar de hijos escuálidos el mundo, sino esa vitalidad esencial de los que no confunden la lujuria con la fecundidad ni el desenfreno con la fuerza.

Jacobo Regen es en ese libro [Canción del ángel y otros poemas] dueño de la palabra justa, irreemplazable; y con la suya y otras muy pocas voces, la poesía de aldea que se escribe todavía en el país recibe un golpe del que no podrá recuperarse.

Profunda vida condensada en aparentes tenuidades y que condice singularmente con el ser físico de Regen, bajo cuyos suaves modales se oculta, como una piedra en una felpa, un insobornable rigor para con su destino de poeta.

De esa granítica materia está hecho su mensaje, del temple de su vida profunda. Y no importa mucho que pase casi desapercibido en esta Salta del desenfado verbal y del mester de juglería…

(…)

Son poemas mágicamente confabulados con el silencio y que repelen el gesto teatral, declamatorio, tal como el organismo un cuerpo extraño. Poemas nacidos en su luna justa, sin el socorro de fórceps literarios y religiosamente fieles a ese otro tiempo personal, intransferible, cuyo transcurso escapa del reloj.

(…)

Los que conocemos a Regen, los muy pocos, sabemos qué lejos del ocio su tensa espera del poema y de su lucidez para entreverlo cuando aflora. De su crispada sujeción a ese otro tiempo intransferible.

Y se lo ve salir de esto y aquello, como quien pide disculpas por ser como es, pero sin ninguna intención de dejar de serlo. Se le ve irse, siempre, después de tocar fondo, porque ‘en un mundo de fugitivos, todo el que se busca parece que huye’, y sólo él sabe dónde su luz y cuál su fuerza.

Es su voz la de un hombre que, para ser consecuente con su vida, eligió el camino de la más rigurosa y despojada poesía.”

Ya a poco de comenzar a transitar su destino de poeta, Raúl Aráoz Anzoátegui dijo de él en su “Panorama Poético Salteño” (1963): “es poeta de extraordinaria lucidez. (…) Tal vez él sea el más desasido de la realidad visible, el más personal y puro, el que mueve con más justeza las palabras. Hasta pareciera que toda otra expresión, no colocada por su mano, huelga en cada línea de su verso.” Jacobo acababa de publicar su plaqueta “Seis poemas”, que -como su nombre no lo indica- contenía 7 delicados poemas. Dos años después agregó, ante la publicación de su primer libro: “Los poemas de Canción del Ángel revelan uno de los temperamentos más originales y poderosamente líricos de la actual poesía salteña”.

El poeta tucumano Carlos Michaelsen Aráoz, dijo alguna vez que referirse a la poesía de Jacobo, era referirse a su vida, que sus poemas eran la llave que nos permitía penetrar en los fundamentos de su ser, del sentido más íntimo de su vida, oculto tras lo aparente.

Esta interpenetración de la vida y la obra de Jacobo Regen, me permitió alguna vez (1994 o 1995) homenajearlo en uno de mis programas radiales del ciclo “Historias del Hombre”. Lo llamé “Adolescencia del ángel”, donde seleccionaba y decía, comentándolos, poemas de “Canción del ángel” (1964), poemas que hoy reproduzco acá en este nuevo homenaje. El nacimiento de Jacobo fue, indudablemente, un regalo de Reyes, aunque su partida de nacimiento diga que nació el “5 de enero de 1935… a las 24,15 hs”.


I

Serenamente, digo: “Soy un angel”.

Y me debes creer.

Ningún platillo de la balanza sube,

o baja,

bajo mi peso.

Incorpóreo,

ligero,

desnudo,

como la luz…

Y sin embargo, toda

mi trayectoria es una sombra,

mi corazón es una sombra,

una moneda oscura,

destruida

por el tiempo, sin tiempo y sin memoria.

II

Es muy extraño. Siento que todo es muy extraño.

Mírame, aquí, buscando lo más claro del día…

Y es difícil: encuentro, tras la cortés sonrisa de una máscara,

innumerables rostros hostiles,

sumergidos,

caras de áspera piedra

con un gesto de oscuras asechanzas.

Temo y espero ciertamente

que alguna vez se cimbren los arcos de sus ojos

y un aluvión de flechas iracundas

busque mi centro fácil.

Pero yo me habré ido piadosamente irónico…

VII

¿En qué cabeza reclinar el pecho?

¿Con qué latido acompasar este latido solo?

¡Ah, desterrar tanta tiniebla,

y levantar, y levantar los ojos

sin miedo de morir en una estrella;

y alzar la voz a dúo, a trío, a coro,

en la alborada del amor, que siempre

soñé y que siempre me ocultó su rostro!

VIII

Este día de sol… ¡Y yo muriendo!

Muriendo para adentro tan de golpe

que el corazón, cribado de amargura

por el mal uso con que usé sus dones,

siente que el tiempo se le agosta, y crece

la angustia… ya en los bronces

de su campana se despide el alma,

mientras velan los últimos relojes.

X

Sé dura, oh luz, conmigo.

No regañes a flor de piel; inquiere

lo que en el fondo busca tu castigo

y, sin descanso, hiere.

Hiere profundo, profundo.

Que es mucho lo que perdí,

rodando… (no por el mundo

sino por dentro de mí).

XI

La imperiosa pregunta

de los bondadosos padres:

-¿Qué harás con todo ello?

¿Podrás comer, vestir, casar, vivir?

Y el hijo tiene la respuesta del humo

desvanecido en el aire,

de las ciudades íntimas del sueño,

de la bruma que envuelve los puertos

y de la infancia inmortal.

Mas no responde.

Cuando el silencio lo humilla,

baja la cabeza.

Y ellos lo miran con profunda

Lástima de sí mismos.

XIII

¿Quién me devolverá los sueños que he perdido?

¿Y aquella ingenuidad, esa pureza

que con la infancia se mantuvo intacta?

¡Oh, si volviese a la dormida fuente

de donde el hilo de mi sangre arranca!

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