24 de junio, el día de San Juan. Y las fogatas de la víspera que se encendían en la niñez se siguen encendiendo en nuestras mentes con el poder del recuerdo, y también, en algunos lugares del mundo.
El fuego es uno de los tres símbolos en que se basan los rituales ancestrales de esa noche, elemento purificador que nos libera de la mala suerte y de la lista de todo lo que queremos dejar atrás y que debemos quemar en esa hoguera.
La leyenda dice que las cenizas de la hoguera curan enfermedades. La costumbre proviene de antiguos cultos paganos que pretendían alejar los malos espíritus, pero también está relacionada con la prevención de epidemias por el poder anti-infeccioso que posee el fuego.
Participar de la fogata, llenar los brazos con leños, armar la gran luminaria, observar las lenguas rojizas y largas que se elevan y se trenzan grandísimas en la oscuridad, sentir su calor en la cara, en el cuerpo, como cuando éramos niños, es el deseo.
En España se festeja ese día. Celebran que el Sol esté en su máximo resplandor cuando tiene más poder. Pleno verano. Aquí, en el hemisferio del sur, pleno invierno, pero el simbolismo es el mismo. Dar su fuerza y bendición a los hombres, animales y campos con las hogueras.
Y las fogatas queman las tristezas mientras se salta descalzos entre las brasas. Hermosa costumbre que quedó tatuada en nuestros corazones.
Si pudiéramos vivenciar esas fogatas y pedir por todos los hombres, en especial por nuestra gente…! Quizás no saltaríamos sobre las brasas, pero sí, se nos iluminaría más el corazón. Seguro.
Susana Quiroga