Sus últimas tres palabras fueron despectivas: “¡Bésame el trasero!”. Había tenido una actitud apacible hasta ese momento pero la cercanía del final acaso lo haya inundado de desapego y antipatía. No tenía ningún remordimiento. Poco después, el condenado estaba atado a la camilla ya inconsciente. Se había levantado la persiana y los testigos, detrás de un vidrio, observaron cómo le suministraron el líquido de la primera de las tres inyecciones y esperaron el momento en que la muerte se lo llevara de una buena vez. Los testigos dijeron que al comenzar vieron a Gacy respirar profundamente una vez y luego quedarse inmóvil. Pero algo pasó entonces. Los técnicos se reunieron como para hablar en secreto mientras un guardia volvía a levantar la persiana para que los testigos ya no vieran. ¿Qué estaba pasando? La muerte se había retrasado.
Pogo, el payaso asesino que enterraba a sus víctimas en el fondo de su casa
Sus vecinos y conocidos de Chicago, EE.UU., lo respetaban por su dedicación al trabajo y sus buenos tratos. Nadie sospechaba de él hasta que un policía hizo bien su trabajo. Su ejecución demoró 14 años (y un par de horas).
Para su ejecución, John Wayne Gacy, alias “Pogo, el payaso asesino”, había sido llevado en helicóptero desde el Centro Correccional de Menard, en el sur del estado de Illinois, donde estuvo encarcelado durante catorce años, hasta la Penitenciaría de Stateville, en las afueras de Chicago, donde se ejecutaría la pena capital por inyección letal. Cuando llegó a su último destino en este mundo, se lo vio animado, locuaz, hasta discutiendo las posibilidades del equipo de beisbol de Chicago. Con un extraño entusiasmo, solicitó los platos para su última cena: pollo frito, camarones fritos, papas fritas y frutillas.
Sus últimas tres palabras fueron despectivas: “¡Bésame el trasero!”. Había tenido una actitud apacible hasta ese momento pero la cercanía del final acaso lo haya inundado de desapego y antipatía. No tenía ningún remordimiento. Poco después, el condenado estaba atado a la camilla ya inconsciente. Se había levantado la persiana y los testigos, detrás de un vidrio, observaron cómo le suministraron el líquido de la primera de las tres inyecciones y esperaron el momento en que la muerte se lo llevara de una buena vez. Los testigos dijeron que al comenzar vieron a Gacy respirar profundamente una vez y luego quedarse inmóvil. Pero algo pasó entonces. Los técnicos se reunieron como para hablar en secreto mientras un guardia volvía a levantar la persiana para que los testigos ya no vieran. ¿Qué estaba pasando? La muerte se había retrasado.
Para su ejecución, John Wayne Gacy, alias “Pogo, el payaso asesino”, había sido llevado en helicóptero desde el Centro Correccional de Menard, en el sur del estado de Illinois, donde estuvo encarcelado durante catorce años, hasta la Penitenciaría de Stateville, en las afueras de Chicago, donde se ejecutaría la pena capital por inyección letal. Cuando llegó a su último destino en este mundo, se lo vio animado, locuaz, hasta discutiendo las posibilidades del equipo de beisbol de Chicago. Con un extraño entusiasmo, solicitó los platos para su última cena: pollo frito, camarones fritos, papas fritas y frutillas.
El tipo estaba muy tranquilo. No parecía alguien a quien le quedaban unas pocas horas de vida. No hablaba de la ejecución ni de su muerte sino que, por el contrario, buscaba la compañía y la conversación con los demás, buscaba agradar, aunque el ánimo de los personas que lo fueron a ver era sombrío. Lo visitaron algunos vecinos del barrio, que, en la privacidad de la prisión, demostraron que lo querían mucho y no podían disimular su congoja, sentimiento que se guardaban muy bien cuando estaban en público. En cambio entre los fiscales el ambiente era alegre, hasta chistoso. William Kunkle, el fiscal en jefe que logró la condena a muerte de Gacy, participó con otros abogados de una cena de celebración. Una parrillada.
La demora en la ejecución de Pogo, el payaso asesino
Kunkle fue el primero en informarse sobre el momentáneo retraso en la ejecución del asesino más notorio de Illinois. ¿Por qué habían bajado la persiana? Lo que había ocurrido fue que los verdugos cometieron un error de procedimiento. La segunda de las tres drogas que debían matar a Gacy dejó de fluir y debieron cambiar el tubo de plástico de una vía intravenosa del brazo derecho. ¿Por qué dejó de fluir? ¿Por qué había grumos?
Para matar a un condenado a muerte por inyección letal se utilizaban tres fármacos. Primero se administraba el tiopental sódico para inducir la anestesia y la pérdida de conciencia; después el bromuro de pancuronio, que ocasionaba una parálisis de los músculos del aparato respiratorio, detenía la respiración y provocaba asfixia; y finalmente el cloruro potásico, que causaba paro cardíaco. Habitualmente, la muerte se producía entre siete y diez minutos luego de la finalización de la administración de las drogas. El problema con Gacy se produjo entre el suministro del tiopental sódico y el siguiente elemento, el bromuro de pancuronio.
El fiscal quiso una explicación detallada y se la dieron. Hay una bomba de infusión (que en 1987 Illinois pagó 24.900 dólares) que administran estos fármacos y al parecer el técnico a cargo se apuró y permitió que parte del primer fármaco, el tiopental sódico, se mezclara con parte del segundo fármaco, el bromuro de pancuronio.
Como son dos sustancias diferentes en su composición, se formaron sólidos grumos, que obstruyeron las vías intravenosas. Los antestesiólogos consultados luego dijeron que para evitar que esto sucediera se debía enjuagar la línea entre los químicos con una solución salina pura. Como los técnicos de la prisión no enjuagaron la línea antes de comenzar con el bromuro de pancuronio, o no la enjuagaron lo suficiente, se produjo una obstrucción.
Entre una cosa y otra, tardaron diez minutos en cambiar el tubo. Se volvió a subir la persiana para que los testigos, entre ellos doce periodistas, presenciaran el final. El segundo componente, el relajante muscular, el bromuro de pancuronio, ya circulaba por el organismo y detuvo la respiración de Gacy. La tercera droga, el cloruro de potasio, completó la ejecución al detener el corazón. Fue declarado muerto a las 12:58. Tenía cincuenta y dos años. Había sido condenado en 1980 por la violación y el asesinato de 33 jóvenes y nenes. A muchos de ellos, los enterró en su propia casa.
De la autopsia de Gacy participó como ayudante la psiquiatra Helen Morrison. Ella había pasado entrevistado al “payaso asesino” muchas veces en los últimos catorce años. Había escuchado sus ataques de ira, sus elogios, sus mentiras, sus jactancias, sus explicaciones y sus evasivas. Ahora estaba allí para llevarse el cerebro de Gacy. Morrison había acordado que se examinaría en nombre de la ciencia para ver si había algo (tumores, cicatrices, enfermedad) que lo hiciera anormal. Cuando terminó la autopsia, Morrison condujo hasta su casa con el cerebro de Gacy en un frasco de vidrio en el asiento del acompañante de su Buick. Contrató un patólogo para hacer las pruebas y esperó algunas semanas. Al fin le llegó un correo urgente a su oficina. Lo abrió con ansiedad. Una sola línea estaba escrita. Decía: “Cerebro normal”.
Helen Morrison todavía tiene el cerebro de John Wayne Gacy en el sótano de su casa de tres pisos, dentro de una bolsa de plástico más allá de las bicicletas de sus hijos y los palos de hockey. Según ella está bien conservado y a la espera de que algún día el ADN u otros avances científicos puedan conducir a obtener una respuesta de por qué hay personas que hacen cosas tan terribles e inhumanas como Gacy. Es uno de los tantos médicos en los Estados Unidos que siguen la falsa creencia, que corre libremente en ese país, de que la medicina puede explicar actos criminales insoportables.
Pogo, el payaso asesino
John Wayne Gacy nació el 17 de marzo de 1942 en Chicago. Fue el segundo de los tres hijos de John Wayne Gacy Senior y de Marion Elaine Robinson. Su gran problema de chico fue que su padre, del mismo nombre, lo quisiera. Era un hombre alcohólico, que insultaba y le pegaba a sus hijos mientras él buscaba por todos los medios de agradarle. Jamás lo logró. Su papá murió el día de Navidad de 1965.
John fue a cuatro escuelas diferentes y jamás terminó sus estudios. Se mudó a Las Vegas. Trabajó como conserje pero a los pocos meses regresó. Logró completar un curso de negocios y descubrió que era un gran vendedor, capacidad que él jamás pensó que tenía. En poco tiempo, se convirtió en administrador de un comercio de ropa masculina. Con la bonanza económica, vino también su casamiento con Marilyn Myers, una joven de familia acomodada, con quien tuvo dos hijos. El matrimonio duró hasta que John fue arrestado y condenado en 1969 por obligar a un empleado a realizar actos homosexuales. Cuando lo sentenciaron, Marilyn le pidió el divorcio. Tan enojado se puso John que le dijo que no la quería volver a ver, que en adelante a ella y a los dos nenes los consideraría muertos.
Después de cumplir 18 meses preso, Gacy obtuvo la libertad condicional en 1971 y regresó a Chicago. Empezó a trabajar como contratista de construcción. En julio de ese año se volvió a casar. Su nueva esposa se llamaba Carole Hoff y recientemente se había divorciado. Con la ayuda de su madre, la pareja se mudó a Des Plaines, una ciudad a treinta y cinco kilómetros de Chicago. En febrero de 1971, Gacy fue acusado de intento de violación de un joven pero la denuncia no prosperó porque la víctima no se presentó a ratificarla. A pesar de este incidente, que no tuvo trascendencia, los vecinos y comerciantes de Des Plaines consideraban a Gacy como un hombre de negocios inteligente e inescrupuloso, que a veces contrataba a chicos de la escuela secundaria para reducir sus costos y ganar contratos.
Su negocio creció. Por otra parte, organizaba fiestas callejeras para amigos y vecinos; se vestía como payaso y entretenía a los chicos en hospitales locales. También incursionó en política destacándose entre los demócratas de su distrito electoral. Nadie sabia que había secuestrado, violado y asesinado a Timothy McCoy, de dieciocho años, el 3 de enero de 1972
Empleados desaparecidos
John Butkovich, de diecisiete años, un exempleado de Gacy, desapareció en julio de 1975. Había dejado su trabajo luego de una discusión con Gacy por pagos atrasados. Los padres de joven le dijeron a la Policía que desconfiaban de su expatrón pero la Policía no lo investigó y la desaparición de Butkovich quedó sin resolver. En marzo de 1976, Carole le pidió el divorcio. Según confiaría, llegó un momento en que se sintió abrumada pues no podía soportar el cambiante estado de ánimo de su marido. Ya no tenían vida sexual; él se hacía el desentendido cuando ella encontraba en la casa billeteras con fotografías e identificación pertenecientes a muchachos; hasta la exasperación que le provocaba la extraña obsesión de su marido por las revistas homosexuales. La pareja no tuvo hijos.
No pasaron muchos meses desde su divorcio cuando otro empleado de Gacy, Gregory Godzik, desapareció. Sus padres pidieron también que investigaran a Gacy, una de las últimas personas que había visto al chico, de 18 años. En ningún caso, la policía indagó ni descubrió sus antecedentes penales. En enero de 1977, John Szyc, de 19 años, un conocido de Butkovich y Godzik, desapareció. Ese año, John Gacy, a veces disfrazado como payaso, torturaría, violaría y estrangularía a nueve jóvenes. Todos ellos fueron enterrados en algún lugar de su casa, ubicada en West Summerdale Avenue 8213.
Robert Piest, un chico de 15 años, desapareció el 11 de diciembre de 1978 de la farmacia Des Plaines donde trabajaba después de la escuela. Justo antes de desaparecer, Piest le dijo a un compañero de trabajo que iría a una casa al final de la calle para hablar con “un contratista” sobre un trabajo. Gacy había estado en la farmacia esa noche discutiendo un trabajo de remodelación con el dueño. Los padres del joven le pidieron al teniente Joseph Kozenczak, como tantos otros padres lo habían pedido antes, que investigaran a Gacy, que, después de todo, era el contratista de la casa al final de la calle al que iba a ver su hijo. Gacy negó haber hablado con Piest cuando Kozenczak, lo interrogó. Pero al menos se preocupó por verificar los antecedentes de Gacy y descubrió que había cumplido condena por sodomía.
Indicios sospechosos
Kozenczak obtuvo una orden de registro de la casa de Gacy. El 13 de diciembre encontraron varios indicios sospechosos: un anillo de graduación de secundaria de 1975, licencias de conducir para otras personas, esposas, una jeringa, ropa demasiado pequeña para Gacy, y un recibo con foto de la farmacia donde trabajaba Piest. Ahora tenía una prueba de que Robert Piest había estado en la casa de Gacy e intuía que lo más probable es que estuviera muerto, aunque no podía arrestarlo por asesinato. Dos policías lo seguían donde fuera.
Una semana después de la desaparición del chico, Gacy comenzó a derrumbarse. Tenía ojeras, no se afeitaba, conducía su automóvil a gran velocidad y sin rumbo. Estaba tan “ido” que invitó a los policías que lo vigilaban a visitar su casa. Al entrar, el oficial Roberto Schulz hizo un gesto de desagrado por el olor nauseabundo que inundaba el lugar. Su experiencia le indicaba que se trataba de la presencia de un cadáver.
Los policías que habían revisado el lugar antes no lo habían observado porque ese día no funcionaba la calefacción y el ambiente estaba helado, pero ahora el lugar estaba caluroso y hediondo. El olor provenía del conducto de la calefacción y sólo significaba que había cadáveres debajo de la casa. El 21 de diciembre Kozenczak fue personalmente a arrestarlo. Levantaron las tablas del parquet. Gacy, pálido, repetía que no era necesario levantar el piso. Confesó que enterrado debajo del garaje estaba el cuerpo de un hombre al que había matado en defensa propia. A la vez, encontraron una trampa en el piso de un armario del living. Al abrirla vieron un charco oscuro de agua fétida. Cuando vaciaron el lugar con una bomba, el perito Daniel Genty descendió. Era el mismo infierno, describió Genty. Segundos después, entre sustancias repugnantes, levantó con el pico el hueso de un brazo humano.
La llegada de las ambulancias y más patrulleros alteraron la paz del barrio. Todos los vecinos conocían al contratista Gacy como un buen tipo, amable y servicial, considerado como un hombre que bebía moderadamente, desaprobaba las drogas y odiaba a los homosexuales. Se encontraron ahora que había secuestrado, torturado, violado y asesinado a jovencitos y los había enterrado en su casa, convirtiéndola en un cementerio desde hacía años. “Es como buscar oro… Hay que cribar hasta dar con algo duro, como un hueso”, dijo un obrero que trabajó desenterrando cadáveres del lugar y recogiendo restos humanos. La sencillez de la casa, una vivienda común de clase media, y la apariencia inofensiva de su dueño aumentaron el escándalo y la repulsión. Los padres con hijos desaparecidos temblaban con la idea de que pudieran estar sepultados en la casa de West Summderdale Avenue 8213.
Siete años de violentos asesinatos
En la comisaría, Gacy confesó siete años de violentos asesinatos. Dijo que en realidad él no había cometido esos crímenes sino que el culpable era su siniestro alter ego llamado “Jack”, que odiaba a los homosexuales y los mataba. Pero había asesinado a muchos jóvenes que non era homosexuales, como por ejemplo el último, Roberto Piest. Acaso para soportar la brutalidad de lo que había hecho, cuando contó como mató a Piest ya no era John Gacy sino ese depravado asesino de “Jack”. Reveló que al muchacho lo estranguló con una cuerda a manera de torniquete, bloqueado con el mango de un martillo. Dejó el cuerpo toda la noche en el desván. Ya no quedaba espacio en la casa para ocultarlo así que lo llevó en su auto hasta el puente Kankakee, sobre el río Des Plaines y lo tiró al agua. Reveló que lo mismo había hecho antes con otras cuatro víctimas porque su casa ya no daba abasto.
Dos cadáveres fueron encontrados el primer día, uno cubierto de cemento y el otro envuelto en plástico. Al otro día aparecieron tres más, uno de ellos debajo del suelo. Por otra parte, un carnet de conducir a nombre de Frank Landingin, cuyo cuerpo fue rescatado del río en noviembre, relacionaba a Gacy con su homicidio.
Declaró haber asesinado por primera vez en enero de 1972, cuando acuchilló a un joven. Al verlo ensangrentado, sintió una sensación de excitación. Confesó haber matado a 33 jóvenes e indicó que veintinueve de los cuerpos estaban enterrados en su propiedad. Hasta hizo un plano con la ubicación exacta de los cadáveres. Sus víctimas tenían entre catorce y veintiún años. Los cuerpos fueron descubiertos desde diciembre de 1978 hasta abril de 1979, cuando la última víctima conocida fue hallada en el río Illinois. En aquél período, siete no fueron identificadas.
Gacy le dijo a la policía que recogía a los adolescentes varones en la calle; a veces los engañaba, otras eran chicos que se habían escapado de su casa y no tenían dónde ir, otros se prostituían. Los esposaba o ataba con una cuerda o cable; les colocaba ropa en la boca para amortiguar sus gritos. Después los estrangulaba mientras los abusaba. Mantenía los cadáveres a su lado todo lo que podía hasta que el deterioro lo obligaba a enterrarlos.
El juicio a Pogo, el payaso asesino
El 6 de febrero de 1980, comenzó el juicio de Gacy en Chicago. Se declaró inocente por razón de locura. Sin embargo, este motivo fue rechazado de plano. El abogado de Gacy, Sam Amirante, dijo que Gacy tuvo momentos de locura temporal en el momento de cada asesinato individual, pero recuperó la cordura antes y después para atraer y deshacerse de las víctimas.
Durante el juicio, Gacy hizo bromas. Decía que era culpable solamente de “administrar un cementerio sin licencia”. Fue declarado culpable el 13 de marzo y condenado a muerte, pero apelaciones mediante, la ejecución se realizó catorce años después. Durante ese tiempo se dedicó a la pintura al óleo, siendo su tema favorito los retratos de payasos, pero también pintó a Blancanieves y los siete enanitos y motivos relacionados con el beisbol. El 10 de mayo de 1994, fue ejecutado, con los tropiezos señalados al inicio, inyectándole sustancias químicas en dosis letales.
Muchas de las pinturas de Gacy se vendieron en una subasta después de su ejecución. Se vendieron diecinueve, con precios que oscilaban entre 195 dólares por una pintura acrílica de un pájaro hasta 9500 por una representación de enanos jugando béisbol contra el equipo profesional de Chicago. Algunos compraron las pinturas para destruirlas. Hicieron una hoguera en Naperville, Illinois, en junio de 1994, y 300 personas, incluidos familiares de nueve víctimas, quemaron 25 pinturas.
Cuatro años después de la muerte del “payaso asesino”, se encontraron los restos de cuatro víctimas más mientras se hacían reparaciones en los fondos de la casa de su madre. En 2010, se realizaron pruebas de ADN con los cadáveres no identificados y se pudo saber que uno de ellos era el de William George Bundy. En 2017 se identificó a James Byron Haakenson, y el año pasado a Wayne Alexander. Quedan cinco víctimas sin identificar.