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El desafío de escuchar a los adolescentes y acompañar en la construcción de la identidad

La adolescencia, esa etapa intermedia entre la niñez y la adultez, es un período de profundos cambios físicos, emocionales y psicológicos.

Se caracteriza por la búsqueda de autonomía, el deseo de independencia y la necesidad de redefinir los vínculos tanto con los padres como con los pares. Sin embargo, el mayor desafío al que se enfrentan los adolescentes no es solo la transición hacia la adultez, sino la falta de espacios adecuados para expresarse libremente y ser escuchados. En un mundo donde los adultos están cada vez más desconectados de las problemáticas juveniles, resulta urgente construir puentes de diálogo y comprensión. Más allá de ser receptores de órdenes y consejos, los adolescentes exigen ser protagonistas en su propio proceso de maduración.

Al ingresar en esta etapa, los adolescentes atraviesan una transformación visible. La pubertad marca el inicio de cambios corporales significativos que, a su vez, generan alteraciones en el comportamiento y en las relaciones. Se vuelven más críticos, desarrollan una nueva percepción de la autoridad y un deseo de desafiar las normas establecidas en el hogar. Los conflictos, tanto con los padres como con los hermanos, se intensifican, mientras que la relación con sus pares adquiere una relevancia única. Sin embargo, muchos adultos tienden a minimizar estas experiencias, calificándolas de triviales o caprichosas, sin comprender el profundo impacto emocional que tienen en los jóvenes.

Lejos de los estereotipos de rebeldía y melodrama, la adolescencia es un período de introspección y construcción de la identidad. A menudo, este proceso lleva a los jóvenes a refugiarse en espacios de soledad, como su habitación o incluso el baño, lugares donde pueden estar consigo mismos y confrontar sus pensamientos. Este aislamiento, no siempre comprendido por los padres, no es una señal de alejamiento, sino una manifestación de la búsqueda de sentido y propósito. Es en estos momentos cuando el adolescente comienza a cuestionar el mundo que lo rodea, las figuras de autoridad y, sobre todo, a sí mismo.

Este proceso introspectivo, sin embargo, suele ir acompañado de angustia, inseguridad y confusión. A menudo, el joven no está seguro de lo que siente ni de lo que desea, lo que refuerza su necesidad de orientación y apoyo emocional. Pero el tipo de orientación que requieren no es el tradicional discurso moralizador, sino un acompañamiento que priorice la escucha y la empatía. Los adolescentes no buscan soluciones mágicas a sus problemas; anhelan que sus emociones sean validadas y comprendidas.

Aquí es donde entra en juego la importancia de abrir espacios de diálogo genuino. En lugar de que los adultos se posicionen como figuras de autoridad inflexibles, es esencial que se conviertan en oyentes atentos, que permitan al adolescente expresar sus ideas y sentimientos sin juicio. A menudo, los adultos caen en la trampa de querer controlar las decisiones de sus hijos, lo que impide que estos desarrollen su capacidad crítica y autonomía. Como señala la psicóloga Griselda Cardozo, docente de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba, el contexto social y cultural juega un papel fundamental en la configuración de las trayectorias juveniles. Hoy en día, las metas laborales y vocacionales de los adolescentes están profundamente influenciadas por un entorno que ofrece pocas certezas y muchas incertidumbres. Ante esta realidad, la necesidad de espacios de expresión se vuelve más apremiante que nunca.

Uno de los grandes errores que cometen los adultos es subestimar la capacidad de los adolescentes para reflexionar sobre temas complejos. El diálogo sobre justicia, valores, drogas o sucesos de actualidad no solo permite a los jóvenes desarrollar un pensamiento crítico, sino que también les da la oportunidad de sentir que sus opiniones son valoradas. En una sociedad que a menudo ignora las voces juveniles, brindarles la oportunidad de expresarse es un acto de empoderamiento. Los adultos deben dejar de considerar las opiniones juveniles como "infantiles" o "inmaduras", ya que estas percepciones solo contribuyen a profundizar la desconexión entre generaciones.

Uno de los mayores obstáculos en la comunicación entre adultos y adolescentes es la tendencia de los primeros a monopolizar el diálogo. Escuchar no significa interrumpir con consejos o preguntas constantes, sino prestar una atención plena, validando sus emociones y permitiéndoles llegar a sus propias conclusiones. Como afirma el psicoanalista Hugo Lerner, en muchos casos los adolescentes deben forjar su oposición generacional frente a padres que ellos perciben como "adolescentizados", es decir, padres que, al romper con las normas tradicionales, fueron protagonistas de la rebeldía de décadas anteriores. Este fenómeno genera una paradoja: mientras que los adultos de hoy pueden ser más flexibles en ciertos aspectos, también pueden ser incapaces de brindar la estructura y el apoyo emocional que los adolescentes necesitan.

A este escenario se suma la influencia de la tecnología. La inmediatez del mundo digital ha transformado las relaciones de los adolescentes con el tiempo y el espacio. Si bien la tecnología les proporciona una vía rápida para satisfacer sus necesidades de comunicación y entretenimiento, también refuerza una visión a corto plazo y una búsqueda constante de gratificación inmediata. Esta dinámica contrasta con las expectativas de los adultos, quienes esperan que los adolescentes proyecten a largo plazo y asuman responsabilidades. No obstante, como señala Cardozo, los jóvenes de hoy no son más inmaduros que las generaciones anteriores, sino que enfrentan sus desafíos en un contexto cultural y tecnológico radicalmente diferente.

Además, es importante tener en cuenta que la adolescencia no es una experiencia homogénea. La psicóloga Claudia Torcomian señala que hoy se habla de "adolescencias" en plural, haciendo referencia a la diversidad de trayectorias que atraviesan los jóvenes en función de su contexto social, económico y cultural. Mientras que en ciertos sectores la adolescencia se prolonga debido a la posibilidad de retrasar la entrada al mundo laboral o la formación de una familia, en otros contextos esta etapa se ve abruptamente interrumpida por la necesidad de asumir responsabilidades adultas desde una edad temprana. Esta diferencia, lejos de ser un simple dato estadístico, evidencia la urgencia de políticas inclusivas que consideren las múltiples realidades que viven los adolescentes.

En conclusión, la adolescencia no es solo una etapa de conflicto y cambios, sino un período crítico para el desarrollo de la identidad y la autonomía. Los adultos, en lugar de imponer su visión del mundo, deben aprender a escuchar y validar las emociones y pensamientos de los jóvenes. Crear canales de expresión seguros y abiertos es fundamental para que los adolescentes transiten esta etapa con mayor confianza y seguridad en sí mismos. La clave no está en controlar o corregir, sino en acompañar desde el respeto y la empatía, reconociendo que cada joven tiene su propio ritmo y sus propios desafíos. La escucha, en este sentido, se convierte en un acto de conexión y comprensión que puede marcar una diferencia sustancial en el desarrollo de los adolescentes.

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