Futbol en verso |

Tito, mi amiguito de fútbol

Mucho se ha trabajado y se sigue trabajando en contra de la discriminación. El deporte es, indudablemente un excelente vehículo de integración.

Un día jugábamos un partido bravo de los barrios y en la semana nos juntamos con los muchachos para realizar una práctica, como para llegar bien al compromiso ¿viste?

Yo estaba enojado ese día porque, si bien estábamos los titulares, para el partido de ensayo nos faltaban suplentes para el ensayo. ¡Así no se puede caramba! Exclamé con mucha bronca, resulta que a todos les gusta ser titular pero cuando hay que ganarse el puesto no vienen a demostrarlo.

¿La verdad? en ese tiempo, yo era capitán, delegado y caudillo del equipo de San Pedrito Fútbol Club, así que los muchachos me respetaban y uno que otro me decía, ¡no te calentés negro!, que es al vicio… Juguemos con lo que tenemos y listo.

Fue así que arrancamos con la práctica e íbamos empatando dos a dos, hasta que uno de mis compañeros se mandó una “bartoleada” quedando a contrapierna del equipo “B”. Me calenté tanto que no pude evitar gritarle: ¡Mogooolicoo ! ¿Cómo le vas a regalar la raya? ¿No vez que te pasan como colectivo lleno?...

Hacía rato ya, que observaba a un chico que jugaba con su hermano mayor, en la canchita de al lado. Yo sabía que era nuevo en el barrio y que tenía síndrome de Dawn; entonces me sonrojé y sabía que me había zarpado. En ese momento quise que me tragara la tierra, hasta que terminó la práctica y me acerqué con una pena cuando terminó el entrenamiento a los dos hermanos que pateaban en el arco de al lado como para saludarlos y hacer amistad.

Su hermano mayor me saludó amablemente, mientras que “Tito” (así se llamaba  nuestro amigo) me extendió la mano y me partió el alma. Escuchame le dije a su hermano que se llamaba Manuel, recién tuve una reacción verbal de la cual me arrepiento. Su hermano me miró despreocupado y me contestó: no te preocupes, ya estamos acostumbrados y mi hermano hasta ni sabe el significado de la palabra. Eso sí, “Tito” siempre practicó fútbol, en todas las escuelas de las provincias en que estuvimos con mis viejos, ¿no es porque sea mi hermano eh?, pero juega como cualquiera, aunque con algunas limitaciones como todo muchacho con síndrome de Dawn.

Al finalizar la charla, los invité a los dos para que nos vinieran a ver en ese bravo partido de los barrios del fin de semana. Ese día le ganamos a Cruzeiro de San Cayetano 1 a 0, “cortando clavos” y con el festejo que nos colocaba muy bien en la tabla. Manuel y “Tito” se acercaron a saludarnos y se quedaron con nosotros hasta la noche, alrededor de la fogata luego de un asado.

Esa noche me acordé de una cláusula, que decía que si algún jugador por lesión o por razones de fuerza mayor no podía continuar en el plantel, podía sumarse un integrante más.

No sé si habrá sido por cargo de conciencia o porque “Tito” se había ganado la simpatía de todos los muchachos, que decidimos hacerle el carnet, con la intención de que sea nuestra mascota y por qué no, utilizarlo en algún partido entre nosotros.

Así se sumó “Tito” a nuestros ensayos y se entreveraba en los partidos de entresemana. Faltaban cinco partidos y andábamos muy bien en la tabla de posiciones y los últimos encuentros los ganábamos con gran diferencia en el “score”. En uno de ellos “Tito” se dio el gusto de jugar faltando cinco minutos cuando ya ganábamos 4 a 0 o más. La cosa era darle el gusto a nuestro amiguito de jugar con nosotros.

Hasta que un día, con la calentura que tenía uno de los rivales, éste le gritó a su compañero ¡ves que sos un gil que hasta un “mogólico” te quitó la pelota! ¡Para qué!, en seguida se acercó mi compañero “El panza” Rivera y sin mediar palabras, le metió un “piñón” que lo desmayó al jugador contrario. Después nos metimos todos a los empujones y unos se peleaban con otros, mientras yo me ponía delante de “Tito” para protegerlo.

Así, al final terminamos goleando y jugando bien al fútbol, como si “Tito” hubiese sido nuestro talismán, haciéndolo jugar los últimos minutitos para verle su carita alegre en su puesto de número tres.

Pero no quería terminar con esa anécdota sin recordar algo. Un rival le quiso ganar en el cuerpo a cuerpo, procurando un desborde y “Tito”, como un avezado marcador, le cruzó todo el cuerpo, cayendo los dos contra la línea de cal. Está bien que ganábamos 3 a 0 y faltaban dos minutos, pero lo alentábamos con aplausos por esa acción…

El día que salimos campeones, ganamos dos a cero y un gol de ellos al final nos podría haber arruinado la campaña, porque se hubieran puesto al tiro de un probable empate. Sin embargo, miré a mi costado y le ví los ojitos a “Tito” esperando que lo hiciéramos jugar, “el gordo” Gutiérrez me dijo por lo bajo, Che negro ¡no estarás pensando hacerlo entrar a “Tito”!  Lo miré al gordo y le pegué el grito ¡cambio referee! Entra el 13 por el cinco que soy yo, mientras los changos no entendían nada, hasta me insultaban diciéndome mínimamente ¡loco de m…!

Pero los escasos minutos pasaron como nada, con la victoria  de 2 a 0 sin  modificarse, pero verlo a “Tito” junto a sus hermanos y a sus papás fue para mí más importante que el campeonato que obtuvimos.

Terminó el partido y corrí descontrolado para abrazarme con “Tito”, lo levanté en mis hombros y dimos todos juntos la vuelta olímpica más emocionante y loca que jamás di en mi vida.

Fue una tarde inolvidable. A la noche hicimos un festejo de los campeones que jamás mi barrio pudo presenciar. Un día tocaron la puerta de mi casa. Era Manuel, el hermano de “Tito”, para decirme que su hermano no estaba bien y se encontraba internado en una clínica.

Al llegar a la sala de emergencia vi las caras desencajadas y apesadumbradas de los padres de “Tito”. No hizo falta que me dijeran nada, hasta que los abrasé y me dijeron que “Tito” se había ido, mientras su padre, Don Alberto me llamó a un costado y me susurró al oído “gracias negro, por haberlo hecho tan feliz en sus últimos tiempos”.

Desde ese día nunca olvidé a “Tito” y ahora que estoy más grande, fundé una escuelita de fútbol que bauticé “Tito Fútbol Club”, en homenaje a ese amiguito que desterró de mi alma “arrabalera” la palabra “mogólico”, en esa tarde que se me escapó aquel exabrupto. Es más, trabajo con uno de mis muchachos con chicos con síndrome de Dawn y ¿la verdad?, nos hacen tan felices, como lo fue “Tito”, hasta el día que nos dejó a todos aquellos felices recuerdos.

El Poeta del Fútbol

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