Los Naranjos 2
“…recuerda con belleza lírica el barrio de un niñez y juvetud con aroma a azahares...”
La escritora Norma Soraire recuerda con belleza lírica el barrio de su niñez y juventud con aroma a azahares, Los Naranjos. Su nostalgia teje sus límites murmuradores tanto como el río Chico y el tren cercano, como el pregón de las marchantas, del lechero, y las doñas que lo caminaban. Hasta la política oida a los grandes que la señalaron están presentes.
Todo esto nos hace recordar, sonreir y pensar que se teje con el recuerdo hebras de la Memoria de un tiempo y de un lugar cercanos al corazón.
AQUEL VIEJO BARRIO LOS NARANJOS
El Barrio Los Naranjos, de Jujuy, auténtica identidad
de lo que sería la floreciente ciudad Capital
Tenía a su costado, el curso cristalino del Río Chico
Contenido tras la arbolada avenida de ceibos en flor
Que pintaban de rojo las grietas de la vereda de lajas
Esquinado con él y sobre su playa, el Cementerio,
Cerrándolo el acero de las vías del Ferrocarril Belgrano
enclavadas en el lecho que ofrecían los duros durmientes
Dejando en el bajo, floreciente huerta, maíz, flores y hortalizas
Barrio estremecido por el acompasado tableteo de los rieles
por el sacudir de las ruedas y el piteo largo y sonoro
de los trenes que arribaban a la estación cercana.
Por esa esquina del río, el puente y el cementerio
se abría un camino de tierra entre arbustos espinosos
y enormes hojas como orejas de elefante.
Por allí venían de las fincas productoras del alto Gorriti
sabrosas frutas y verduras, recién recogidas,
desbordando las canastas que colgadas en sus brazos
traían, rebosantes, las alegres y cantarinas marchantas.
Algunas de a pie, otras en carros o jardineras
Siempre con prolijos delantales y hasta flores en el pelo.
Golpeaban con vigor las manos en cada puerta
Y trinaba su voz ¡Marchaaaaanta!
Vecinas generosas hacían su compra del día
les ofrecían pan y mate cocido caliente
y les regalaban sedosos pañuelos para cubrirse del sol.
Por otro lado venían los carros lecheros
con enormes, pulcros y abollados tachos de aluminio
Traían la leche desde la Finca Tramontini en Bajo La Viña
y recorrían puerta a puerta, la preciosa Tacita de Plata
Las mujeres, amas, señoras, domésticas o niñas
los esperaban, lechera en mano y la moneda de cinco.
Después de hervirla cuidando el punto justo de ebullición
( la leche derramada no era buen presagio)
se preparaban sabrosuras como el arroz con leche,
La ambrosía, la cuajada, la chocolatada o el dulce de leche…
Era también el complemento ideal de la tierna mazamorra
alimento este mentado para el fortalecimiento de los huesos
En algunos hogares era el plato fuerte o quizás el único
Junto a la sopa sustanciosa de pucheros y verduras.
En esos tiempos tan plenos de sueños, fantasías, ideales
la política era para nosotros, “cosa de grandes”
Hombres y mujeres hacían la rutina de sus vidas,
madrugar, trabajar, cumplir los requisitos impuestos
para operar cada trámite con el “carnet” en mano.
Si eran oficialistas todo andaba bien
Si eran “antiperonistas” trataban de sobrevivir
Algunos con alta dignidad, otros con callado temor;
Los menores escuchábamos sin comprender,
No veíamos razones a los desvelos, la angustia
La sensación de opresión, de no libertad…
Por entonces, los libros de lectura, la tarea del cuaderno,
Los textos de los manuales, afiches, láminas, películas
Todos con Perón y Evita habían atrapado nuestra niñez.
No había otros ídolos, ni personajes, ni héroes.
No podía haberlos!
La educación en los hogares y en la escuela era rigurosa
Los adultos nos marcaban los deberes y las obligaciones
provocando muchas veces nuestro enojo y rebeldía,
Pero en verdad, ellos también de otra forma, eran sometidos
Y sólo querían para nosotros mejores ideales y valores justos
que luego la vida nos hizo comprender y apreciar.
Norma Soraire